Aquella noche, cuando llegó a la taberna más concurrida de la banlieue, el profesor se sorprendió al encontrar a un tipo que bebía solo en una de las mesas mientras lloraba amargamente.
Caminó a través del espacio penumbroso, mal iluminado de luces rojizas, hasta que llegó a su encuentro. Era un hombre joven tirando a maduro, de pelo no muy largo algo revuelto, barba mal afeitada y mirada ojerosa. No paraba de sorbitar mientras daba vueltas a su copa entre los dedos.
El profesor echó un vistazo en derredor, al ambiente cuajado de rostros amenazantes, pieles custridas, sexo insano y voces agresivas. Luego arrastró la silla y se sentó junto a aquel personaje.
- ¿Qué le pasa a usted, amigo? – preguntó tras pedir una botella de vino y dos vasos.
- Qué voy a hacer, dígame usted, qué puedo hacer yo… - lloraba el hombre.
- ¿Tiene usted algún problema? – insistió el profesor.
- Usted verá, mi querido amigo, lo que pasa es que yo soy un bohemio…
- Entiendo, un artista incomprendido, tal vez…
- No, no, no me malinterprete usted… Cuando se repartieron las almas a mí me tocó lo peor que había… Recuerdo que estaba allí y me dijeron: lascivia, pereza, egoísmo, arrogancia, vicios sexuales enfermizos, adicciones, alcoholismo, mentira, autodestrucción… todo eso para ti.
- ¿Eso le dijeron?
- Eso me tocó en el reparto, amigo mío – contestaba el tipo sin dejar de llorar.
- Vaya – carraspeó el profesor – comprendo que le vaya mal a usted, mi querido colega, con semejante catálogo…
- Pero no se confunda, señor, tampoco me fue mal… Al repartir los vicios me dieron también algunos dones: creatividad, imaginación, bondad oculta, inteligencia, ponderación… para contrapesar lo negativo, dijeron…
- Entiendo, ¿y dónde está el problema?
- Fui una persona de marcados contrastes, e hice un puñado de buenas grandes cosas… Pero mi parte viciosa fue siempre más fuerte, autodestructivo, oscuro, marginal, antisocial… ¡le digo que soy un bohemio!
- Entiendo, y ahí empezó a torcerse todo…
- Qué va, qué va… ¡yo era feliz! Así fue como me hicieron, estaba todo pactado, ¿no? Yo seguí hundiéndome en mi pozo, descendía a los infiernos, autodestruyéndome cada vez más, lujurias de todo tipo, drogas, soledad, marginación…
- Comprendo…
- No, no, no lo comprende… Sencillamente, el mundo se fue derrumbando a mi alrededor… Comprobé que la gente también se autodestruía. Violencia, drogas, contrabando, libertinaje por todas partes… Pronto todo se convirtió en una verdadera sodomía, una bacanal sin descanso alguno…
- Entiendo, esta decadencia que nos afecta a todos… Quedamos unos pocos que nos lamentamos de semejante degradación, es esto lo que le preocupa, ¿verdad, amigo? La ética…
- No, no… Eso no me preocupa en absoluto… - replicó el bohemio – Simplemente, si todo el mundo es vicioso… ¿Qué sentido tengo yo? Si nadie tiene moral ni escrúpulos, si cada cual se autodestruye y baja los infiernos, ¿Qué lugar me quedará? ¿Qué razón tendré?
Confuso, el profesor se incorporó frente a su compañero y dio un trago a la botella. Encendió un cigarrillo y escupió el humo a los rincones, y cuando volvió a su contertulio este hundía la cara entre las manos y lloraba, lloraba amargamente.
- Si todo el mundo lo es… ¿Qué será de mi? ¿Qué voy a hacer yo…?
Caminó a través del espacio penumbroso, mal iluminado de luces rojizas, hasta que llegó a su encuentro. Era un hombre joven tirando a maduro, de pelo no muy largo algo revuelto, barba mal afeitada y mirada ojerosa. No paraba de sorbitar mientras daba vueltas a su copa entre los dedos.
El profesor echó un vistazo en derredor, al ambiente cuajado de rostros amenazantes, pieles custridas, sexo insano y voces agresivas. Luego arrastró la silla y se sentó junto a aquel personaje.
- ¿Qué le pasa a usted, amigo? – preguntó tras pedir una botella de vino y dos vasos.
- Qué voy a hacer, dígame usted, qué puedo hacer yo… - lloraba el hombre.
- ¿Tiene usted algún problema? – insistió el profesor.
- Usted verá, mi querido amigo, lo que pasa es que yo soy un bohemio…
- Entiendo, un artista incomprendido, tal vez…
- No, no, no me malinterprete usted… Cuando se repartieron las almas a mí me tocó lo peor que había… Recuerdo que estaba allí y me dijeron: lascivia, pereza, egoísmo, arrogancia, vicios sexuales enfermizos, adicciones, alcoholismo, mentira, autodestrucción… todo eso para ti.
- ¿Eso le dijeron?
- Eso me tocó en el reparto, amigo mío – contestaba el tipo sin dejar de llorar.
- Vaya – carraspeó el profesor – comprendo que le vaya mal a usted, mi querido colega, con semejante catálogo…
- Pero no se confunda, señor, tampoco me fue mal… Al repartir los vicios me dieron también algunos dones: creatividad, imaginación, bondad oculta, inteligencia, ponderación… para contrapesar lo negativo, dijeron…
- Entiendo, ¿y dónde está el problema?
- Fui una persona de marcados contrastes, e hice un puñado de buenas grandes cosas… Pero mi parte viciosa fue siempre más fuerte, autodestructivo, oscuro, marginal, antisocial… ¡le digo que soy un bohemio!
- Entiendo, y ahí empezó a torcerse todo…
- Qué va, qué va… ¡yo era feliz! Así fue como me hicieron, estaba todo pactado, ¿no? Yo seguí hundiéndome en mi pozo, descendía a los infiernos, autodestruyéndome cada vez más, lujurias de todo tipo, drogas, soledad, marginación…
- Comprendo…
- No, no, no lo comprende… Sencillamente, el mundo se fue derrumbando a mi alrededor… Comprobé que la gente también se autodestruía. Violencia, drogas, contrabando, libertinaje por todas partes… Pronto todo se convirtió en una verdadera sodomía, una bacanal sin descanso alguno…
- Entiendo, esta decadencia que nos afecta a todos… Quedamos unos pocos que nos lamentamos de semejante degradación, es esto lo que le preocupa, ¿verdad, amigo? La ética…
- No, no… Eso no me preocupa en absoluto… - replicó el bohemio – Simplemente, si todo el mundo es vicioso… ¿Qué sentido tengo yo? Si nadie tiene moral ni escrúpulos, si cada cual se autodestruye y baja los infiernos, ¿Qué lugar me quedará? ¿Qué razón tendré?
Confuso, el profesor se incorporó frente a su compañero y dio un trago a la botella. Encendió un cigarrillo y escupió el humo a los rincones, y cuando volvió a su contertulio este hundía la cara entre las manos y lloraba, lloraba amargamente.
- Si todo el mundo lo es… ¿Qué será de mi? ¿Qué voy a hacer yo…?
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