Los tres dioses estaban reunidos a la luz de una vela, en torno a la pequeña mesa. Se sentaron cada uno en su cojín en el suelo, y el piso de viejísima madera crujió sonoramente. Las paredes de tejo vibraban por el viento de la noche, las puertas y ventanas de finísimo papel de arroz temblaban empujadas por el aliento de los cielos.
- Quiero un alma nueva - dijo el dios de la Muerte. - Dámela.
- ¿Por qué tendría que dártela? - replicó el Tiempo. - Ya he perdido bastantes últimamente...
El dios de la Muerte dejó la espada rectísima junto a sus caderas, apoyada en el grueso tablero de madera leñosa. Tomó la diminuta tacita y dio un trago antes de contestar:
- Me debes varias. Hay muchos que debían habitar ya en el reino de la Muerte y te los he entregado, postergándolo.
- Ninguno llegaría a tus dominios si yo no los condujera - contestó el Tiempo, irritado.
El dios de la Muerte se rascó la cabeza bajo el casco emplumado y resopló:
- En los últimos tiempos cada vez te retrasas más y más... cada vez los erosionas menos... Y todo eso es así sólo porque yo te lo consiento, así que toma a alguno de tus malditos vivos... ¡y tráemelo!
El dios del Tiempo, consciente de la verdad de las palabras, cabeceó resignado unos minutos y luego sugirió:
- ¿Podemos hacer un pacto? Déjame que te entregue unos vivos... Son menos valiosos para ti, pero también para mí... Así no salgo perdiendo...
La Muerte miró al techo, a las antiquísimas vigas cruzadas bajo el techo de mimbres trenzados. Se rascó la barbilla, meditabundo, y cuando se incorporó para dar una respuesta todo el cuero de su armadura resonó con un crujido.
- Hoy me siento generoso, y por ese motivo consentiré. Pero dime, ¿cómo vas a matar a alguien en vida, esta vez?
El Tiempo, satisfecho por la respuesta, sonrió con suficiencia y miró hacia una de las puertas correderas, que se abrió sonoramente.
- Entra - ordenó.
...y aquella mañana, ella le dijo que se marchaba para siempre. Y desde entonces nunca más volvió a sentirse vivo por dentro. Desde aquel día...
- El dios del Amor... - consintió la Muerte.
- Hace incluso un mejor trabajo que yo - sonrió el Tiempo.
...en ese minuto, murió un poco por dentro. Y aunque vivió por largos años, en su interior estaba muerto ya.
- Quiero un alma nueva - dijo el dios de la Muerte. - Dámela.
- ¿Por qué tendría que dártela? - replicó el Tiempo. - Ya he perdido bastantes últimamente...
El dios de la Muerte dejó la espada rectísima junto a sus caderas, apoyada en el grueso tablero de madera leñosa. Tomó la diminuta tacita y dio un trago antes de contestar:
- Me debes varias. Hay muchos que debían habitar ya en el reino de la Muerte y te los he entregado, postergándolo.
- Ninguno llegaría a tus dominios si yo no los condujera - contestó el Tiempo, irritado.
El dios de la Muerte se rascó la cabeza bajo el casco emplumado y resopló:
- En los últimos tiempos cada vez te retrasas más y más... cada vez los erosionas menos... Y todo eso es así sólo porque yo te lo consiento, así que toma a alguno de tus malditos vivos... ¡y tráemelo!
El dios del Tiempo, consciente de la verdad de las palabras, cabeceó resignado unos minutos y luego sugirió:
- ¿Podemos hacer un pacto? Déjame que te entregue unos vivos... Son menos valiosos para ti, pero también para mí... Así no salgo perdiendo...
La Muerte miró al techo, a las antiquísimas vigas cruzadas bajo el techo de mimbres trenzados. Se rascó la barbilla, meditabundo, y cuando se incorporó para dar una respuesta todo el cuero de su armadura resonó con un crujido.
- Hoy me siento generoso, y por ese motivo consentiré. Pero dime, ¿cómo vas a matar a alguien en vida, esta vez?
El Tiempo, satisfecho por la respuesta, sonrió con suficiencia y miró hacia una de las puertas correderas, que se abrió sonoramente.
- Entra - ordenó.
...y aquella mañana, ella le dijo que se marchaba para siempre. Y desde entonces nunca más volvió a sentirse vivo por dentro. Desde aquel día...
- El dios del Amor... - consintió la Muerte.
- Hace incluso un mejor trabajo que yo - sonrió el Tiempo.
...en ese minuto, murió un poco por dentro. Y aunque vivió por largos años, en su interior estaba muerto ya.