El otro día me
pregunté qué pasaría si fallaran los sistemas de Google. Todo lo que
contiene mi blog está almacenado en algún ordenador de California o en
cualquier otra parte del mundo. Si Google colapsara, lo que he
escrito en estos años desaparecería.
Quizá avisaran a sus usuarios y dieran un plazo razonable para descargar los datos pero, ¿y si no pudieran hacerlo? ¿Y si la compañía sufre una bancarrota súbita? ¿Y si es afectada por un pánico bursátil? O aún peor, una caída total del sistema o un fallo en las fuentes de energía. Entonces no tendría tiempo de reaccionar y mis relatos se perderían como lágrimas en la lluvia.
Cierto es que algo muy serio debería ocurrir para que Google sucumbiera, y tal vez lo último que me preocupara entonces fueran mis escritos. Qué estúpido, pensé, acordarse de unos cuantos textos en una situación así. Pero a mí, sin embargo, me parece importante.
Quizá avisaran a sus usuarios y dieran un plazo razonable para descargar los datos pero, ¿y si no pudieran hacerlo? ¿Y si la compañía sufre una bancarrota súbita? ¿Y si es afectada por un pánico bursátil? O aún peor, una caída total del sistema o un fallo en las fuentes de energía. Entonces no tendría tiempo de reaccionar y mis relatos se perderían como lágrimas en la lluvia.
Cierto es que algo muy serio debería ocurrir para que Google sucumbiera, y tal vez lo último que me preocupara entonces fueran mis escritos. Qué estúpido, pensé, acordarse de unos cuantos textos en una situación así. Pero a mí, sin embargo, me parece importante.