Es una calurosa tarde de primavera en la gran ciudad. Una mujer vuelve a casa después del trabajo. Es la hora de comer y ya no hay nadie por la calle. Para acceder a su barrio, la joven tiene que atravesar el estrecho y largo túnel que pasa bajo las vías del tren.
Su mirada tarda en adaptarse a la penumbra tras el sol brillante de fuera. Cuando sus ojos se aclaran comprueba con disgusto que alguien recorre el pasaje en dirección contraria. Aminora la marcha. Entonces ve que es un hombre de mediana edad y aspecto corriente: pantalones vaqueros, bajito, camisa de cuadros. Nada de pandilleros adolescentes. Continúa caminando.
Cuando por fin pasa por su lado, sin embargo, el hombre se vuelve hacia ella. Sabía que iba a interpelarla. No falla.
- Señora - dice él - ¿dónde ha puesto usted mi móvil?
Ella, como siempre en estos casos, continúa su camino y avanza sin mirarle. Como si no hubiera oído absolutamente nada. Pero él la sigue unos pasos.
- Estoy seguro de que había dejado el teléfono en la mesita - insiste -. Y ahora no está ahí. ¿Me puede decir dónde lo ha puesto? ¿Para qué lo toca?
Ella empieza a sentirse demasiado incómoda, pero la luz de la calle al otro lado está cada vez más cerca. Aprieta el paso.
- ¡Señora! - persiste el tipo.
Intenta echarle una mano al hombro.
- ¡No me toque! - chilla ella, apartándose. - Déjeme o grito.
- ¡Y se queda tan pancha, la tía! - se queja él - Usted no se larga sin decirme dónde ha puesto mi móvil.
- ¿Pero qué me cuenta a mí de su móvil? - replica la joven - O me deja en paz o llamo a la policía.
El tipo, con un ágil movimiento, logra aferrarla de un codo. Forcejean.
- ¡Que me digas qué has hecho con mi móvil!
Ella, arqueando el cuerpo y tirando con fuerza, logra zafarse. Se aleja varios metros dando pasitos nerviosos.
- ¡Socorro! - grita - ¡Está loco, voy a llamar a la policía!
Se da la vuelta para marcharse de allí y ve, por el rabillo del ojo, que el hombre está desabrochándose el cinturón. ¿Es un pervertido? Echa a correr tan rápido como se lo permiten sus tacones.
- ¡Que tú no te vas sin decirme dónde está el móvil! - el hombre sale tras ella.
- ¡Socorro, ayuda, que me matan! - chilla aterrorizada la mujer. Pero no hay nadie cerca para oírla.
Corre con todas sus fuerzas y él la persigue enarbolando el cinturón como un látigo. En un intento por agarrarla de la camisa la empuja con las dos manos. Ella cae.
- ¡Auxilio! - grita - ¡Déjame en paz, no me hagas daño!
Alza los ojos y ve que el cinturón tiene una gran hebilla de metal.
- ¡Pero dónde habrá puesto el móvil! - exclama el tipo - ¡A ver para qué lo toca!
Empieza a atizarle con la hebilla del cinturón, descargándolo como si fuera una fusta. No deja de preguntar por su móvil mientras lo hace. Ella patalea y se tapa la cara con las manos. No puede creer lo que está pasando: ¿acaso va a morir allí?
- ¡Que me digas dónde está el móvil, perra!
Quiere luchar, gritar, pero no tiene fuerzas. No logra incorporarse. En algún momento la hebilla de hierro le golpea la cabeza y queda inconsciente. Habría sido un milagro que alguien más pasara por allí, a esas horas.
- ¡Y mi móvil!
Él sigue levantando el cinturón y lanzándolo contra ella. La golpea hasta abrirle el cráneo. Todo está lleno de sangre. El cuerpo de la joven queda inerte, despatarrado, temblando levemente por un impulso mecánico. Pero él no deja de machacarle la cabeza.
- ¡Zorra! - exclama como poseso - ¿Dónde está mi móvil?
Su mirada tarda en adaptarse a la penumbra tras el sol brillante de fuera. Cuando sus ojos se aclaran comprueba con disgusto que alguien recorre el pasaje en dirección contraria. Aminora la marcha. Entonces ve que es un hombre de mediana edad y aspecto corriente: pantalones vaqueros, bajito, camisa de cuadros. Nada de pandilleros adolescentes. Continúa caminando.
Cuando por fin pasa por su lado, sin embargo, el hombre se vuelve hacia ella. Sabía que iba a interpelarla. No falla.
- Señora - dice él - ¿dónde ha puesto usted mi móvil?
Ella, como siempre en estos casos, continúa su camino y avanza sin mirarle. Como si no hubiera oído absolutamente nada. Pero él la sigue unos pasos.
- Estoy seguro de que había dejado el teléfono en la mesita - insiste -. Y ahora no está ahí. ¿Me puede decir dónde lo ha puesto? ¿Para qué lo toca?
Ella empieza a sentirse demasiado incómoda, pero la luz de la calle al otro lado está cada vez más cerca. Aprieta el paso.
- ¡Señora! - persiste el tipo.
Intenta echarle una mano al hombro.
- ¡No me toque! - chilla ella, apartándose. - Déjeme o grito.
- ¡Y se queda tan pancha, la tía! - se queja él - Usted no se larga sin decirme dónde ha puesto mi móvil.
- ¿Pero qué me cuenta a mí de su móvil? - replica la joven - O me deja en paz o llamo a la policía.
El tipo, con un ágil movimiento, logra aferrarla de un codo. Forcejean.
- ¡Que me digas qué has hecho con mi móvil!
Ella, arqueando el cuerpo y tirando con fuerza, logra zafarse. Se aleja varios metros dando pasitos nerviosos.
- ¡Socorro! - grita - ¡Está loco, voy a llamar a la policía!
Se da la vuelta para marcharse de allí y ve, por el rabillo del ojo, que el hombre está desabrochándose el cinturón. ¿Es un pervertido? Echa a correr tan rápido como se lo permiten sus tacones.
- ¡Que tú no te vas sin decirme dónde está el móvil! - el hombre sale tras ella.
- ¡Socorro, ayuda, que me matan! - chilla aterrorizada la mujer. Pero no hay nadie cerca para oírla.
Corre con todas sus fuerzas y él la persigue enarbolando el cinturón como un látigo. En un intento por agarrarla de la camisa la empuja con las dos manos. Ella cae.
- ¡Auxilio! - grita - ¡Déjame en paz, no me hagas daño!
Alza los ojos y ve que el cinturón tiene una gran hebilla de metal.
- ¡Pero dónde habrá puesto el móvil! - exclama el tipo - ¡A ver para qué lo toca!
Empieza a atizarle con la hebilla del cinturón, descargándolo como si fuera una fusta. No deja de preguntar por su móvil mientras lo hace. Ella patalea y se tapa la cara con las manos. No puede creer lo que está pasando: ¿acaso va a morir allí?
- ¡Que me digas dónde está el móvil, perra!
Quiere luchar, gritar, pero no tiene fuerzas. No logra incorporarse. En algún momento la hebilla de hierro le golpea la cabeza y queda inconsciente. Habría sido un milagro que alguien más pasara por allí, a esas horas.
- ¡Y mi móvil!
Él sigue levantando el cinturón y lanzándolo contra ella. La golpea hasta abrirle el cráneo. Todo está lleno de sangre. El cuerpo de la joven queda inerte, despatarrado, temblando levemente por un impulso mecánico. Pero él no deja de machacarle la cabeza.
- ¡Zorra! - exclama como poseso - ¿Dónde está mi móvil?
Un deliro en toda regla ...
ResponderEliminarun poco fuerte el final y es que algunos pierden la locura perdiendo su móvil o es que el móvil era el crimen?
jeje el móvil era el móvil del crimen. No lo había pensado.
EliminarJoer, que angustia, Javier... Y sin móvil a quien llamar...
ResponderEliminar¡Qué tensión! Esperaba al final una vuelta de tuerca del tipo "la mujer saca el móvil para llamar a la policía y el tipo se vuelve loco porque era el teléfono que andaba buscando y ella no entiende por qué tenía el móvil de ese hombre y no el suyo propio". O algo así.
ResponderEliminarLos teléfonos cada vez son más inteligentes y sus dueños cada vez más tontos y dependientes, entre los que por supuesto me incluyo.
El móvil era el motivo del crimen; y es que estamos tan conectados a la teconología que cuando no la tenemos a nuestra mano, nos desquiciamos.
ResponderEliminarSi la hubiese matado con el cargador habría sido de lo más poético.
ResponderEliminar:*
Uff una vida es menos importante que un movil...
ResponderEliminarDonde iremos a parar...
Y esto es un relato...pero lo he visto en la vida real...
Desgraciadamente...
Besos
Que bien llevado, las sensaciones, de uno y el otro.
ResponderEliminarParece una locura o un delirio, pero lo cierto que existe gente asi y victimas, también.
Un abrazo
..
ResponderEliminarNo te creas. Puede ser un desencadenante perfectamente. Que estamos muu enganchaos!
ResponderEliminarUff..
ResponderEliminar+1 trauma que tengo.
Gracias.