Fue en el kilómetro dieciséis que equivoqué el camino. En la salida correspondiente a dicho punto kilométrico: no debí haberla tomado. Detuve el coche y me puse a desandar mis pasos: así di con el error. Reconstruyendo el camino de la forma más exhaustiva posible llegué a la conclusión de que, hasta ese kilómetro exacto, la ruta era la correcta; después avancé en la dirección equivocada.
Para ayudarme me he servido de los planos que guardaba en la guantera. También decidí que debí haberme comprado uno de esos estúpidos GPS. Pero no lo hice. El mapa es muy detallado, pero lo consulté demasiado tarde; sólo reconocía las carreteras - finas líneas azules y verdes - hasta el kilómetro dieciséis de la susodicha autovía. Y entre él y yo - o donde quiera que yo esté ahora - hay toda una red de esos malditos trazados. Los más finos y negros corresponden a vías secundarias, comarcales; sospecho que estoy en una de ellas.
Hasta el kilómetro dieciséis todo encaja. Después, nada. Todo fue la maldita glorieta; debí tomar otra salida. Ahora la veo, no antes. Obcecado en el error, avancé por una calzada diferente; luego accedí a carreteras nacionales, comarcales, destartalados caminos de cabras... Ascendí puentes y surqué modernas y bulliciosas autopistas recién asfaltadas. Subí y bajé, avancé y retrocedí, cambié de sentido y salí mil veces para volver a entrar.
Agotado, por fin me orillé en una vía de servicio y paré el motor. Me queda poca gasolina. Ya no sé por dónde tirar. Entonces recapacité y examiné los planos; y claro, ahí lo vi: evidente, sencillo, casi insultante. El kilómetro dieciséis. La salida equivocada.
Esto fue por la mañana, cerca del mediodía. Ahora ya es de noche. La luz de la luna, de un azul intenso, me permite ver los árboles alrededor. Ya no atisbo una vieja y medio abandonada gasolinera que dejé atrás. ¿Qué debo hacer? Sé que me equivoqué de carretera hace ya muchas horas. Que seguía el camino correcto hasta que tomé la salida número dieciséis en el citado punto kilométrico de la puñetera autovía; lo cual sólo a mí interesa. He identificado el error, rememorado los pasos y consultado los mapas; la información sin duda parece la adecuada. Ahora bien, en cuanto a hacer algo útil con todo ello, eso es otra historia.
Para ayudarme me he servido de los planos que guardaba en la guantera. También decidí que debí haberme comprado uno de esos estúpidos GPS. Pero no lo hice. El mapa es muy detallado, pero lo consulté demasiado tarde; sólo reconocía las carreteras - finas líneas azules y verdes - hasta el kilómetro dieciséis de la susodicha autovía. Y entre él y yo - o donde quiera que yo esté ahora - hay toda una red de esos malditos trazados. Los más finos y negros corresponden a vías secundarias, comarcales; sospecho que estoy en una de ellas.
Hasta el kilómetro dieciséis todo encaja. Después, nada. Todo fue la maldita glorieta; debí tomar otra salida. Ahora la veo, no antes. Obcecado en el error, avancé por una calzada diferente; luego accedí a carreteras nacionales, comarcales, destartalados caminos de cabras... Ascendí puentes y surqué modernas y bulliciosas autopistas recién asfaltadas. Subí y bajé, avancé y retrocedí, cambié de sentido y salí mil veces para volver a entrar.
Agotado, por fin me orillé en una vía de servicio y paré el motor. Me queda poca gasolina. Ya no sé por dónde tirar. Entonces recapacité y examiné los planos; y claro, ahí lo vi: evidente, sencillo, casi insultante. El kilómetro dieciséis. La salida equivocada.
Esto fue por la mañana, cerca del mediodía. Ahora ya es de noche. La luz de la luna, de un azul intenso, me permite ver los árboles alrededor. Ya no atisbo una vieja y medio abandonada gasolinera que dejé atrás. ¿Qué debo hacer? Sé que me equivoqué de carretera hace ya muchas horas. Que seguía el camino correcto hasta que tomé la salida número dieciséis en el citado punto kilométrico de la puñetera autovía; lo cual sólo a mí interesa. He identificado el error, rememorado los pasos y consultado los mapas; la información sin duda parece la adecuada. Ahora bien, en cuanto a hacer algo útil con todo ello, eso es otra historia.
El texto genera una atmósfera enclaustrante muy bien lograda...
ResponderEliminarUn abrazo.
HD
Hola en primer lugar te agradezco por pasarte por mi blog y por dejarme tu comentario, y en segundo lugar aprovecho para contestar tu pregunta: ¿Qué es comer torta? y te diré que simple y sencillamente es comer el pastel que se prepara en los matrimonios y que por lo general son de varios pisos. Nosotros le llamamos torta y en otros lugares: pastel, bizcocho dulce, tarta, etc.
ResponderEliminarBueno ahora me despido y ya nos estaremos leyendo.
Te sigo también :)
No podemos conducir por ti.
ResponderEliminarRediez, ese color de la luna...ya sólo falta que te apaezca algo y que sea Halloween.
ResponderEliminarMe gusta cómo escribes.
Un saludo
Podemos ser conscientes de todos los pasos que hemos dado, saber exactamente dónde hemos metido la pata y aún así no hacer nada al respecto. Es de lo más normal.
ResponderEliminarUn beso.
Ya has hecho algo útil: contarlo aquí.
ResponderEliminarMe ha recordado un montón a la película "El ángel exterminador" una de mis favoritas.
ResponderEliminarUn salduo.
Son más de 2. Cinco párrafos y me los he leído todos un par de veces; alguno más veces. Y sigo pensando qué habrá al final de ese kilómetro 16.
ResponderEliminarGracias Nina. Suena bastante lógico. Aquí la llamamos "tarta", efectivamente.
ResponderEliminarGracias Valaf.
Qué curioso Citizen_0, no la he visto, la veré por curiosidad.
¿En serio Karen? Eso sí es un récord de lectura por aquí. Espero que signifique que te ha gustado. Yo también me lo pregunto.
Saludos a todos.
Llamar a la grúa, hombre, llamar a la grúa XD (Claro, siempre puede pasar que se haya olvidado el móvil, o no tenga saldo, o no tenga batería... Pero ya sería mala suerte, ¿no? XD).
ResponderEliminarNah, fuera coñas, me ha gustado mucho, mucho :-D Besitos!!!
xD de momento el coche estaba bien, el problema era saber el camino.
ResponderEliminarMe alegro que te guste. :) ¡Besos!