Recorrió el pasillo muy deprisa. No quería decírselo a sí mismo, pero le había inquietado algún sonido en alguna parte de la casa. Seguramente era sólo la cortina del patio agitada por el viento pero, qué gracioso, este tipo de cosas a veces le asustaban. Ni siquiera lo pensaba seriamente, nadie podía sentir verdadero miedo de un ruidito.
Hizo sus necesidades y tras tirar de la cadena abrió la puerta del baño. Entonces estaba allí. Era una figura espectral y alargada. Vestida con una suerte de túnica convertida en harapo no tenía extremidades. Sólo un rostro sobre lo que debía ser el tronco: una cara deforme. Dos ojos afilados y huecos, iluminados por una luz roja, estaban rodeados por tres, cuatro, cinco pares de bocas repletas de dientes como cuchillas. Situadas a lo largo y ancho de la abominable visión parecían sonreírle todas inmóviles, silenciosas, abiertas.
Lo peor fue decidir qué hacer. Podía sentir cómo su piel se ponía blanca y se le vaciaba todo el cuerpo de puro pavor. De repente le acosaba una necesidad imperiosa de volver a la taza, pero estaba aquello delante de él, en la puerta. ¿Cómo ignorarlo? Y sin embargo el ser le miraba sin hacer ningún tipo de movimiento. Aparentemente no se movería.
Entonces, tras vencer el pánico inmediato, resolvió que lo mejor era salir de allí. Se alejaría discretamente a lo largo del pasillo hasta alcanzar la puerta; acto seguido bajaría las escaleras pegando voces para despertar a todo el vecindario. ¡Había un monstruo en su apartamento!
Cumpliendo el primer paso de su plan logró escurrirse entre el umbral de la puerta y el cuerpo de la criatura hasta ganar el corredor. Para hacerlo tuvo que encogerse mucho y pasar su cara muy cercana a la del monstruo; gracias a esto comprobó que su aliento olía como la misma muerte. Como si exhalase los efluvios de miles de cuerpos putrefactos.
Después empezó a caminar muy despacio, tratando de no hacer ruido, queriendo no llamar su atención. Pero el ser le seguía con la mirada. No obstante, no hizo la aparición ademán alguno de moverse ni hacia él ni en ninguna otra dirección.
Ya iba a tocar el pomo de la puerta - libertadora puerta a la escalera - cuando sintió una especie de terremoto que recorría el suelo como un relámpago: desde el baño hasta donde él estaba. Entonces le sacudió un golpe de viento y comprobó que era el que había levantado la criatura al moverse como un rayo. Las incontables bocas se abrieron y de ellas surgieron cien lenguas también llenas de dientes afilados. Los ojos vacíos refulgían con fuego infernal.
Los vecinos se despertaron sobresaltados por los gritos. Cuando la policía llegó al lugar sólo encontró un cuerpo deshecho y los restos de las vísceras esparcidos por todas partes. Nadie podía explicarse lo sucedido: era un chico muy normal. Y no había nada: ni huellas ni rastros de ningún tipo. Tampoco se había removido el mobiliario ni se habían sustraído objetos de valor. Lo único que parecía denunciar el móvil del crimen era una presencia maligna que impregnaba todo el edificio.
La sombra demoniaca permaneció en el inmueble durante unos días, perturbando el sueño de todos los vecinos. Luego, sin previo aviso, desapareció de allí. En realidad se trasladó a otro lugar. A una casa, para ser precisos, muy cercana a donde tú vives. En otra ocasión te diré las señas del lugar exacto.
Hizo sus necesidades y tras tirar de la cadena abrió la puerta del baño. Entonces estaba allí. Era una figura espectral y alargada. Vestida con una suerte de túnica convertida en harapo no tenía extremidades. Sólo un rostro sobre lo que debía ser el tronco: una cara deforme. Dos ojos afilados y huecos, iluminados por una luz roja, estaban rodeados por tres, cuatro, cinco pares de bocas repletas de dientes como cuchillas. Situadas a lo largo y ancho de la abominable visión parecían sonreírle todas inmóviles, silenciosas, abiertas.
Lo peor fue decidir qué hacer. Podía sentir cómo su piel se ponía blanca y se le vaciaba todo el cuerpo de puro pavor. De repente le acosaba una necesidad imperiosa de volver a la taza, pero estaba aquello delante de él, en la puerta. ¿Cómo ignorarlo? Y sin embargo el ser le miraba sin hacer ningún tipo de movimiento. Aparentemente no se movería.
Entonces, tras vencer el pánico inmediato, resolvió que lo mejor era salir de allí. Se alejaría discretamente a lo largo del pasillo hasta alcanzar la puerta; acto seguido bajaría las escaleras pegando voces para despertar a todo el vecindario. ¡Había un monstruo en su apartamento!
Cumpliendo el primer paso de su plan logró escurrirse entre el umbral de la puerta y el cuerpo de la criatura hasta ganar el corredor. Para hacerlo tuvo que encogerse mucho y pasar su cara muy cercana a la del monstruo; gracias a esto comprobó que su aliento olía como la misma muerte. Como si exhalase los efluvios de miles de cuerpos putrefactos.
Después empezó a caminar muy despacio, tratando de no hacer ruido, queriendo no llamar su atención. Pero el ser le seguía con la mirada. No obstante, no hizo la aparición ademán alguno de moverse ni hacia él ni en ninguna otra dirección.
Ya iba a tocar el pomo de la puerta - libertadora puerta a la escalera - cuando sintió una especie de terremoto que recorría el suelo como un relámpago: desde el baño hasta donde él estaba. Entonces le sacudió un golpe de viento y comprobó que era el que había levantado la criatura al moverse como un rayo. Las incontables bocas se abrieron y de ellas surgieron cien lenguas también llenas de dientes afilados. Los ojos vacíos refulgían con fuego infernal.
Los vecinos se despertaron sobresaltados por los gritos. Cuando la policía llegó al lugar sólo encontró un cuerpo deshecho y los restos de las vísceras esparcidos por todas partes. Nadie podía explicarse lo sucedido: era un chico muy normal. Y no había nada: ni huellas ni rastros de ningún tipo. Tampoco se había removido el mobiliario ni se habían sustraído objetos de valor. Lo único que parecía denunciar el móvil del crimen era una presencia maligna que impregnaba todo el edificio.
La sombra demoniaca permaneció en el inmueble durante unos días, perturbando el sueño de todos los vecinos. Luego, sin previo aviso, desapareció de allí. En realidad se trasladó a otro lugar. A una casa, para ser precisos, muy cercana a donde tú vives. En otra ocasión te diré las señas del lugar exacto.
"Su aliento olía como la misma muerte" ... me gusta :D
ResponderEliminarQué imagen tan terrible. Cada vez que escuche un ruidito me lo haré encima y tendré pánico. Mejor me moveré por casa con los ojos cerrados para no ver esas bocas llenas de lenguas y dientes. Jeje.
ResponderEliminarSaludos desde el aire
Ahora comprendo el comportamiento de mi gato.
ResponderEliminarUh, no sé si me dejó postear antes.
ResponderEliminarDije algo así como que ya sé qué pasa con mi gato.
Me alegro BERENICE. ;)
ResponderEliminarEso está bien porque se ve que el cuento no te dejó indiferente Rosa. :)
No quiero pensar qué le ocurre a tu gato Alabama man. ¡Tal vez podrías escribirlo!
Escucho cientos de ruidos todo el tiempo en mi casa, ni siquiera me tomo la molestia de ir a ver qué pueden ser, estoy convencido de que si es un ladron, un espiritu, un extraterrestre o simplemente un gato que entro por la cocina, eventualmente llegara a mi si quiere hacerlo y yo no podre hacer nada al respecto
ResponderEliminarLa verdad es que es un poco absurdo tener miedo de estas cosas. Es como la reacción natural de sentir miedo en la noche y taparse con la sábana (como si pudiese protegernos de un cuchillo, por ejemplo). En realidad no podemos hacer mucho ante cualquier amenaza.
ResponderEliminarAhora entiendo qué les pasa a ciertos vecinos míos... Vamos, cada dos por tres deben encontrarse con esta aparición... Aunque yo creo que la aparición debe tener un canguelo con los gritos que pegan que por eso no se los termina de cargar... XD Besos!!!
ResponderEliminar¿Qué tipo de vecinos son? o_O
ResponderEliminarPues a ver, son del tipo:
ResponderEliminar- Gritos a las tantas de la noche porque se ponen a discutir.
- Gritos por la mañana por lo mismo.
- Gritos por la tarde porque les apetece.
- Y cuando el "niño" se aburre enfoca un puntero láser por la ventana.
Vamos, una joyita de vecinos... Menos mal que yo vivo cruzando la calle, porque si viviera en el mismo bloque, creo que sí que tendría espectáculo continuamente...
Pues qué peña... ¡si oyes golpes llama a los maderos! No se vayan a estar matando.
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