Estaba paseando cuando me crucé con un tipo de escarabajo, posiblemente un gorgojo. Pronto las hormigas le rodearon; unas hormigas bastante grandes. Me detuve allí y me acuclillé para observar la improvisada cacería. Los himenópteros hicieron un círculo y se pusieron a tantearle, acercándose y alejándose. Yo las contemplaba y me parecían lobos diminutos que hostigaban a un acorralado bisonte, enorme para ellas.
Luego las cosas se pusieron feas para el coleóptero: primero una antena, luego algunas patas, las hormigas se decidieron a atacar y lograron aferrar varias de sus extremidades. Tirando unas y otras mientras el gorgojo, inútilmente, intentaba zafarse. Yo sólo podía mirar, no escuchaba nada; no era capaz de oírlo, digo, pero me preguntaba a mí mismo si emitiría algún sonido. Aunque en modo alguno lo hubiese podido percibir, estoy seguro de que gritaba. Chillaba, seguramente, suplicando a aquellos matones que le dejasen o tal vez implorando ayuda - ¿quizá a un dios de los insectos? -. Pero ellas eran más numerosas y más fuertes y no cedían sus poderosas mandíbulas.
Me pregunté entonces si aquellas criaturas advertirían mi presencia. Seguramente no, era demasiado grande para ellas. Pero tal vez sí y, ¿no sería realmente perturbador que aquel escarabajo me estuviese lanzando una desesperada petición de auxilio? Quizá guardase la esperanza de que yo fuese a salvarle. Pero no tenía intención de hacer nada; después de todo, ¿qué motivo tenía yo para intervenir en un encuentro de la naturaleza? Simplemente era un observador, preso de mi pueril curiosidad, y la escena la olvidaría a los cinco minutos.
Esto me llevó a una reflexión sobre la soledad. Pues, indudablemente, el escarabajo se sentía solo. Debía maldecir su suerte por haberse ido a cruzar con un grupo de asesinas en mitad de la nada, en lo que para él era un desierto - desde su incompleta perspectiva -. Y sabiendo que nada ni nadie le ampararía, pues allí no había más solidaridad que la de las hormigas que cooperaban para darle muerte. Una soledad que siente también el antílope rodeado de leonas, o el chico que se cruza con una banda de cuatreros en una calle oscura.
Pero esta soledad, me dije, es en verdad relativa; pues no estaba solo el insecto en su sufrimiento, sino que tenía a un paso la compañía silenciosa de un hombre observándole. Y aún más, quizá hubiese en el musgo que pisaba una infinidad de ácaros que incluso para él eran invisibles, y tal vez millones de bacterias en el aire y en la humedad transparente. Puede que alguien me esté observando a mí ahora y entonces; igual que yo lo miro y él no puede sentirme - en su pequeñez - es posible que una criatura me vigile con la curiosidad estúpida con que yo contemplo a las hormigas. ¿Por ventura un dios?
Debieron pasar unos minutos entre aquellas divagaciones y, cuando volví a mirar a los insectos, el desdichado gorgojo había sido ya tumbado por sus atacantes y agitaba las patas desesperadamente. Ahora las hormigas le atacaban en la zona más vulnerable, dispuestas a destriparle. Yo tenía cosas que hacer y abandoné el lugar, siguiendo mi camino; y seguramente mientras dejé de pensar en todo aquello le estaban despedazando ya. Llevándose a trozos su cuerpo, aún con vida, para devorarlo en las profundidades.
Luego las cosas se pusieron feas para el coleóptero: primero una antena, luego algunas patas, las hormigas se decidieron a atacar y lograron aferrar varias de sus extremidades. Tirando unas y otras mientras el gorgojo, inútilmente, intentaba zafarse. Yo sólo podía mirar, no escuchaba nada; no era capaz de oírlo, digo, pero me preguntaba a mí mismo si emitiría algún sonido. Aunque en modo alguno lo hubiese podido percibir, estoy seguro de que gritaba. Chillaba, seguramente, suplicando a aquellos matones que le dejasen o tal vez implorando ayuda - ¿quizá a un dios de los insectos? -. Pero ellas eran más numerosas y más fuertes y no cedían sus poderosas mandíbulas.
Me pregunté entonces si aquellas criaturas advertirían mi presencia. Seguramente no, era demasiado grande para ellas. Pero tal vez sí y, ¿no sería realmente perturbador que aquel escarabajo me estuviese lanzando una desesperada petición de auxilio? Quizá guardase la esperanza de que yo fuese a salvarle. Pero no tenía intención de hacer nada; después de todo, ¿qué motivo tenía yo para intervenir en un encuentro de la naturaleza? Simplemente era un observador, preso de mi pueril curiosidad, y la escena la olvidaría a los cinco minutos.
Esto me llevó a una reflexión sobre la soledad. Pues, indudablemente, el escarabajo se sentía solo. Debía maldecir su suerte por haberse ido a cruzar con un grupo de asesinas en mitad de la nada, en lo que para él era un desierto - desde su incompleta perspectiva -. Y sabiendo que nada ni nadie le ampararía, pues allí no había más solidaridad que la de las hormigas que cooperaban para darle muerte. Una soledad que siente también el antílope rodeado de leonas, o el chico que se cruza con una banda de cuatreros en una calle oscura.
Pero esta soledad, me dije, es en verdad relativa; pues no estaba solo el insecto en su sufrimiento, sino que tenía a un paso la compañía silenciosa de un hombre observándole. Y aún más, quizá hubiese en el musgo que pisaba una infinidad de ácaros que incluso para él eran invisibles, y tal vez millones de bacterias en el aire y en la humedad transparente. Puede que alguien me esté observando a mí ahora y entonces; igual que yo lo miro y él no puede sentirme - en su pequeñez - es posible que una criatura me vigile con la curiosidad estúpida con que yo contemplo a las hormigas. ¿Por ventura un dios?
Debieron pasar unos minutos entre aquellas divagaciones y, cuando volví a mirar a los insectos, el desdichado gorgojo había sido ya tumbado por sus atacantes y agitaba las patas desesperadamente. Ahora las hormigas le atacaban en la zona más vulnerable, dispuestas a destriparle. Yo tenía cosas que hacer y abandoné el lugar, siguiendo mi camino; y seguramente mientras dejé de pensar en todo aquello le estaban despedazando ya. Llevándose a trozos su cuerpo, aún con vida, para devorarlo en las profundidades.
Fantástico. Me ha encantado.
ResponderEliminarHay que dejar a la naturaleza seguir su curso,pero...¿siempre?
Un saludo.
Me alegro que te guste. Está claro que siempre no, creo.
ResponderEliminarCreo que no nos diferenciamos mucho de las hormigas que observaste: creemos conocer las cosas que nos rodean y no es así, sólo unas pocas hormigas atómicas creen saber algo más.
ResponderEliminarMe entristeció leer algo tan triste. Lamentablemente lo has descrito muy bien. Yo lo hubiera adornado con chorradas hasta hacer volar al escarabajo hacia una nube blanca y azul.
¿Dejar a la naturaleza hacer su curso, amigo Anónimo? Pues no estoy de acuerdo. La naturaleza es a menudo caos, dolor, injusticia. Cualquier cosa que yo pueda hacer por evitar dolor, la haré.
Una vez me impresionó un documental sobre ecologismo: unos activistas despeñaban ovejas, explicaban que las cosas habían cambiado de tan gran manera que las ovejas ya no se despeñaban por aquella ladera y los buitres quedaban sin comida.
Bueno, pues mejor para ellas, suerte para las ovejas liberadas que no se despeñan, el ánimo bien arriba. Y el resto que se espabile.
Siento el rollo, me parece que vengo a sermonear y sé que eso no te gusta.
:)
No nos diferenciamos en nada de los insectos, salvo por creer que tenemos noción de algo cuando ellos asumen su punto de vista. Si el suyo es limitado, comparado con todo lo que existe, el nuestro no es mucho mayor.
ResponderEliminarYo creo que la naturaleza es fundamentalmente oscuridad y nosotros debemos intervenir, para algo hemos sido dotados de un cerebro capaz de razonar. Nuestra naturaleza es así. Ahora bien, normalmente no lo hacemos correctamente - probablemente nunca -.
No te preocupes por el comentario, ya sabes que me gusta conocer tus opiniones. :)
Lesu, creo que en este caso sí había que dejar que la naturaleza siguiese su curso. Tal y como está narrado, da la impresión de que las hormigas son malvadas, pero en realidad es ley de vida (en este caso, claro). ¿Qué derecho tenemos nosotros, los humanos, a intervenir en una lucha por la supervivencia? Yo también hubiese salvado al pobre gorgojo, pero quizá salvándolo estuviese perjudicando a las hormigas.
ResponderEliminarDe ahí que dijese "hay que dejar que la naturaleza siga su curso, pero...¿siempre?".
¡Un saludo!
No dije que las hormigas fueran malvadas, esa conciencia de "malo" y "bueno" es exclusivamente humana. Los animales sólo hacen lo que tienen que hacer...
ResponderEliminarPor supuesto, a mí intervenir en un encuentro que ni nos va ni nos viene me parece absurdo. Pienso que no debe dejarse que la naturaleza siga su curso, por ejemplo, ante una enfermedad.
Saludos.
Interesante conversación.
ResponderEliminarLa naturaleza es fundamentalmente oscuridad y nosotros debemos intervenir en algún caso, parece que en esto estamos de acuerdo.
¿Sobre qué cimientos?
Os pregunto: ¿Creéis que la capacidad humana para eso que llamamos 'razonar' se diferencia sustancialmente del funcionamiento cerebral del resto de los animales?
Hemos sido tentados a opinar en clave ética sobre el comportamiento de las hormigas ante el gorgojo. Pero, ¿existe o puede existir una normativa moral válida y universalmente aceptada?
Jum.
Sí que es interesante.
ResponderEliminarYo estoy totalmente de acuerdo con la idea de que en poco nos diferencia nuestra capacidad de razonar de otros animales.
Muchos otros animales pueden razonar y tienen conciencia de la vida y la muerte, es algo que está demostrado. Hasta ahora, lo único que nos separa del resto es el lenguaje, en eso sí somos únicos.
De hecho supongo que el lenguaje lo marca todo, ya que nos permite expresar ideas abstractas y es por eso que nos hemos inventado conceptos, como el amor, que los otros animales, al no poder expresar, desconocen. Y ahí entran el bien y el mal, por supuesto.
No puede haber una normativa universal para todas las especies. Pienso que dentro de la raza humana el bien y el mal sí son universales, están escritos en nuestro instinto debido a nuestra capacidad de razonamiento; en el resto de especies, sencillamente, no existen, por lo tanto no se les podrían aplicar. Pero hay que tener una cosa en cuenta y es que sí somos los únicos que podemos imponer a los demás seres vivos, por la fuerza, nuestro código ético...
Y menuda parrafada acabo de soltar. :P
¿Qué animales tienen conciencia de la vida y la muerte? No lo sé.
ResponderEliminarSí, en parte nos separa de ellos el lenguaje, que no la comunicación. El lenguaje como algo formal, externo, inventado, crea un universo paralelo. Capaz de resolver problemas o de complicarlo todo aún más.
No sé bien si la abstracción a la que tendemos encuentra en el lenguaje su nido perfecto o si el lenguaje genera las ideas abstractas. Seguramente lo segundo.
La fundamentación de la ética es algo mucho más complicado, a lo largo de la historia de la filosofía se ha intentado de muy diversas maneras y con poco éxito.
Me llama la atención que creas que las ideas de bien y mal son innatas. Supongo que te refieres más bien a que son aprendidas o que las vamos arrastrando darwinianamente. Un asesino creerá que matar es bueno, así de simple. Cómo justificar una norma moral y cómo hacer que sea universal, es el problema.
Fundamentar la ética filosóficamente es todo un reto.
Filosofía del lenguaje y Teoría del conocmiento son dos dsciplinas básicas para llegar a alguna conclusión decente en estos temas.
Mejor comentarlos con dos cubatas de por medio, aunque sean virtuales.
Continuará. ;)
(¡Pobre escarabajo!)
Por lo que he leído, los científicos están seguros de que al menos el elefante tiene conciencia de su propia muerte y la de los suyos.
ResponderEliminarEstá claro que es el lenguaje el que produce las ideas abstractas como algo definido, porque creo que la tendencia a la abstracción está en cualquier mamífero con un cerebro lo bastante complejo. Esa especie de inquietud interna que seguramente otros seres tienen, pero sólo los hombres hemos sido capaces de expresar y convertir en algo definido.
Que arrastramos el bien y el mal de forma darwiniana, exactamente eso quería decir. Inteligencia colectiva o algo así. En cuanto a la relatividad del mal, no estoy de acuerdo. Un asesino puede pensar que matar está mal y aun así hacerlo, y torturarse por la culpa durante años (de hecho por eso existe el remordimiento, y eso sí que no lo tienen los animales).
Creo que crear una ética universal con el cerebro que tenemos ahora es imposible, necesitaríamos un cerebro nuevo.
Desde luego es todo un filosurfeo y sería estupendo acompañarlo con unas cervezas. :)
Sólo unos apuntes. Pienso que, aunque el lenguaje fomenta las ideas abstractas, éstas pueden darse por sí solas, sin lenguaje. Es importante advertir eso. Un humanoide poco desarrollado podría pensar o imaginar cosas como el día, la noche, el cielo, el más allá...
ResponderEliminarProbablemente el asesino que citas crea que lo que hace está mal. Pero probablemente también, otros muchos piensen que hacen lo correcto, o simplemente son amorales. Crear normas universales significa que una cosa es buena para Juan y también para Pedro.
Es muy interesante, pensamos en la ética como algo lejano y afecta a todos nuestros actos o a asuntos tan diarios como los sociales o políticos.
Bueno, con una copa de más, ¡qué importaría que hubiera infierno!
(No me contestes ya, quedas liberado por hoy).
Estaba pensando que, aunque soy un fan del imperativo categórico kantiano, y los intentos más recientes por asentar una ética colectiva partiendo del interés egocéntrico primario me pueden parecer interesantes, soy muy escéptico en cuanto a que pueda ser válida una fundamentación filosófica o racional de cualquier ética (mi hermanita experta podría ponerme al día).
ResponderEliminarSi no hay ética, qué nos queda, cómo justificar nuestras actuaciones.
Mientras este problema irresoluble se resuelve, podemos advertir la vital importancia que tiene algo tan simple y contundente como es... la voluntad de la mayoría en un colectivo: es decir, la democracia.
#República
Estoy en parte de acuerdo en que es imposible fundamentar racionalmente la ética. Desde un punto de vista pragmático, la ética sería amoral - paradójicamente - porque el bien colectivo puede exigir, entre otras cosas, sacrificar a los débiles. Por lo tanto la ética tiene que ser en parte racional y en parte emocional - por eso es casi imposible determinarla -.
ResponderEliminarMe llama la atención que menciones ese tema justo en esta entrada. Después de todo, ¿hay algo más democrático que las hormigas? Cada una cumple su función y es tan igualitario su sistema que incluso carecen del concepto "individuo", desde la reina hasta el último de los obreros.
Feliz día de la República.
Interesante la entrada e interesante el debate en los comentarios...
ResponderEliminarCreo que por regla general siempre cuando un predador caza a su presa tendemos a pensar que es malo porque hace daño al otro (o al menos a mí me pasa, aunque sepa que si no fuera así, el carnívoro desaparecería...).
Añado también que parece ser que han demostrado que los delfines tienen conciencia de sí mismos (si se observan en un espejo se reconocen), y, de hecho, querían empezar a considerarlos personas no humanas.
Creo que en el debate sobre la ética no podría aportar mucho, así que me planto... XD Besos!!!
Así es, tendemos a identificar al depredador con el mal porque nos empeñamos en aplicar a los animales una ética humana que no tienen.
ResponderEliminarNo sé si has visto "En busca del Valle Encantado". En esta película el villano es un tiranosaurio que persigue a los protagonistas, un puñado de dinosaurios herbívoros. Nunca entendí por qué tenía que ser el malo, era su naturaleza y tenía que alimentarse, ¿no tenía derecho a sobrevivir?
Besos.