Los días y las noches son como una carrera eterna que siempre se pierde. Va a alcanzarte. Puedes intentar esconderte, cerrar los ojos, pero vendrá: la noche siempre viene. Primero ese azul pálido. Cada vez más intenso. Las cosas se van fundiendo en siluetas hasta que toman una vaga forma en la oscuridad. Y luego sólo miles de luces como pequeñas estrellas en la negrura del mundo. Otras bombillas como la tuya alumbrando idénticos fracasos en soledades diferentes.
Y cuando por fin el espíritu se ha acostumbrado al insoportable silencio, entonces todo lo contrario. Un rayo de sol se empeña en derramarse bajo la persiana, recorre el suelo, deslizándose trepa las sábanas empapadas y llega justo hasta tu cara, hasta tu ojo. Te obliga a abrirlo con ese dolor tan característico que es despertar cada mañana. Algo parecido a nacer y separarse otra vez del cuerpo de la madre en un impacto sangriento.
Ese sol maldito que siempre llega, aunque quieras que la noche, que al fin aprendiste a aceptar, te arrope eternamente. Para librarte de los ruidos, de las palabras, de las voces ajenas, de responsabilidades y quehaceres, de enfrentarte al mundo otra mañana, de sentirte aislado en compañía. Pero conforme la luz va templando la tierra, también tu cuerpo gana tibiedad poco a poco. El aliento ya no empaña el aire porque es cálido: vivo otra vez.
Parecía que podía ser un buen día, hoy. Pero, ¿acaso lo dudabas? Cuando las cosas empiezan a funcionar, ya está aquí otra vez la noche.
Y cuando por fin el espíritu se ha acostumbrado al insoportable silencio, entonces todo lo contrario. Un rayo de sol se empeña en derramarse bajo la persiana, recorre el suelo, deslizándose trepa las sábanas empapadas y llega justo hasta tu cara, hasta tu ojo. Te obliga a abrirlo con ese dolor tan característico que es despertar cada mañana. Algo parecido a nacer y separarse otra vez del cuerpo de la madre en un impacto sangriento.
Ese sol maldito que siempre llega, aunque quieras que la noche, que al fin aprendiste a aceptar, te arrope eternamente. Para librarte de los ruidos, de las palabras, de las voces ajenas, de responsabilidades y quehaceres, de enfrentarte al mundo otra mañana, de sentirte aislado en compañía. Pero conforme la luz va templando la tierra, también tu cuerpo gana tibiedad poco a poco. El aliento ya no empaña el aire porque es cálido: vivo otra vez.
Parecía que podía ser un buen día, hoy. Pero, ¿acaso lo dudabas? Cuando las cosas empiezan a funcionar, ya está aquí otra vez la noche.
A mi me encanta la noche ....buen escrito :)
ResponderEliminarGracias.
ResponderEliminarMe gustan los dobles sentidos de esta entrada...
ResponderEliminarSobre la noche como tal, creo que es mi momento favorito... Aunque ya no la "disfrute" tanto como antes (mis períodos de insomnio eran fructíferos, oye XD), me gusta la tranquilidad que se respira, me facilita la concentración, etc.
Sobre la "noche" como metáfora, me gusta tu forma de plasmar que las rachas buenas y malas suelen ser cíclicas... Aunque ojalá dejaran de serlo cuando estamos en una buena... Besos!!
La noche es por un lado el momento más tranquilo, cuando estás solo... pero también es el momento del día en que más te comes la cabeza y te vienen los recuerdos y malos pensamientos.
ResponderEliminarBesotes.