La pantalla del ordenador empezó a parpadear. El televisor, la radio, todos los electrodomésticos se pusieron a emitir aquellos pitidos odiosos y ascendentes, similares a los que solían escucharse cuando los atravesaban las señales telefónicas. La habitación toda, por su parte, vibraba y la bombilla oscilaba de un lado a otro nerviosamente. Le pareció que pasaba un camión abajo en la calle; pero un camión de proporciones gigantescas.
Dejó el portátil encima de la almohada y salió de la cama para asomarse al balcón y ver qué pasaba fuera. En la calle un resplandor blanquísimo iluminaba el paseo marítimo donde se apiñaba el vecindario; miraban algo ante ellos con gran sobresalto. Todos iban arremangados y sudaban como pollos porque hacía un calor sofocante; encima del mar ardía una luz clara y cegadora, rodeada de millares de haces, que clareaba el cielo alrededor y que parecía revolver la marea.
Él sabía bien lo que era. El asteroide pasará cerca de la Tierra pero no la tocará; eso dijeron los científicos. Sin embargo podrá ocurrir que algunos fragmentos de piedra y grandes toneladas de polvo se separen del objeto para entrar en la atmósfera en forma de meteoritos. Se trata de un fenómeno impredecible y que, en caso de producirse, arrastrará consecuencias inesperadas: al no poderse calcular la magnitud de los bólidos que alcanzarán la superficie no podemos prever si se producirán tan sólo impactos menores o, por el contrario, cataclismos de dimensiones planetarias.
Él se lo sabía de memoria porque en muchas ocasiones lo habían repetido televisión, radio y prensa. Sin embargo nadie pensó nunca en el tema ni le dio mayor importancia; la pasividad extrema y la profunda incredulidad nihilista de aquella sociedad obligaba a pasar por alto asuntos como aquel. Mientras preocupaba mucho cualquier noticia comercial o alguna trivial novedad tecnológica, las cuestiones del espacio eran tratadas en los medios como curiosidades científicas; y como tal curiosidad todos ignoraron la proximidad del asteroide. Lo que más se escuchaba eran chistes al respecto.
Después de reconocer a su madre y sus hermanos entre la multitud que, asustada, se reunía abajo, se dejó caer en una banqueta que había en la terraza, junto al tendedor. Algo mareado - muy descompuesto, en realidad - se encendió un cigarrillo y mientras escupía el humo dijo en voz alta:
- Me cago en la puta.
El objeto brillante empezó a aumentar, no sabía si en su tamaño o luminosidad. Sí podía sentir, en cambio, cómo se agitaba cada vez más el oleaje y cómo el calor se hacía más insoportable. Incluso creía notar que se despertaba una brisa más violenta por momentos y tan sofocante que parecía consumir el oxígeno, hacer imposible la respiración. Miró al interior del piso y vio la habitación iluminada sólo por el resplandor azul del ordenador.
Frotándose los ojos se quedó allí sin saber qué hacer; escuchaba gritos de terror abajo en la calle. Pronto todo el cielo fue blanco, de un blanco inmaculado que ningún hombre había visto nunca. Empezaba a notar cómo la piel se le deshacía y sintió que todo duraría unos segundos. Sin embargo, en aquellos momentos le dio por pensar la nimiedad más grande: sabía que esto podía ocurrir, ojalá le hubieran avisado, porque...
...parecía que aquello era el final, sí. Y ojalá le hubieran avisado. Realmente, ¡qué patético que no hubiese estado haciendo cualquier otra cosa, otra cosa que ver porno justo en el momento en que todo terminaba!
Dejó el portátil encima de la almohada y salió de la cama para asomarse al balcón y ver qué pasaba fuera. En la calle un resplandor blanquísimo iluminaba el paseo marítimo donde se apiñaba el vecindario; miraban algo ante ellos con gran sobresalto. Todos iban arremangados y sudaban como pollos porque hacía un calor sofocante; encima del mar ardía una luz clara y cegadora, rodeada de millares de haces, que clareaba el cielo alrededor y que parecía revolver la marea.
Él sabía bien lo que era. El asteroide pasará cerca de la Tierra pero no la tocará; eso dijeron los científicos. Sin embargo podrá ocurrir que algunos fragmentos de piedra y grandes toneladas de polvo se separen del objeto para entrar en la atmósfera en forma de meteoritos. Se trata de un fenómeno impredecible y que, en caso de producirse, arrastrará consecuencias inesperadas: al no poderse calcular la magnitud de los bólidos que alcanzarán la superficie no podemos prever si se producirán tan sólo impactos menores o, por el contrario, cataclismos de dimensiones planetarias.
Él se lo sabía de memoria porque en muchas ocasiones lo habían repetido televisión, radio y prensa. Sin embargo nadie pensó nunca en el tema ni le dio mayor importancia; la pasividad extrema y la profunda incredulidad nihilista de aquella sociedad obligaba a pasar por alto asuntos como aquel. Mientras preocupaba mucho cualquier noticia comercial o alguna trivial novedad tecnológica, las cuestiones del espacio eran tratadas en los medios como curiosidades científicas; y como tal curiosidad todos ignoraron la proximidad del asteroide. Lo que más se escuchaba eran chistes al respecto.
Después de reconocer a su madre y sus hermanos entre la multitud que, asustada, se reunía abajo, se dejó caer en una banqueta que había en la terraza, junto al tendedor. Algo mareado - muy descompuesto, en realidad - se encendió un cigarrillo y mientras escupía el humo dijo en voz alta:
- Me cago en la puta.
El objeto brillante empezó a aumentar, no sabía si en su tamaño o luminosidad. Sí podía sentir, en cambio, cómo se agitaba cada vez más el oleaje y cómo el calor se hacía más insoportable. Incluso creía notar que se despertaba una brisa más violenta por momentos y tan sofocante que parecía consumir el oxígeno, hacer imposible la respiración. Miró al interior del piso y vio la habitación iluminada sólo por el resplandor azul del ordenador.
Frotándose los ojos se quedó allí sin saber qué hacer; escuchaba gritos de terror abajo en la calle. Pronto todo el cielo fue blanco, de un blanco inmaculado que ningún hombre había visto nunca. Empezaba a notar cómo la piel se le deshacía y sintió que todo duraría unos segundos. Sin embargo, en aquellos momentos le dio por pensar la nimiedad más grande: sabía que esto podía ocurrir, ojalá le hubieran avisado, porque...
...parecía que aquello era el final, sí. Y ojalá le hubieran avisado. Realmente, ¡qué patético que no hubiese estado haciendo cualquier otra cosa, otra cosa que ver porno justo en el momento en que todo terminaba!
-¿Y tú qué estabas haciendo cuando el mundo se fue a hacer puñetas?
ResponderEliminar-Naaada... trabajando...
Eso se considera un final feliz?
ResponderEliminarDesde luego en el infierno va a haber cachondeo con él, sí.
ResponderEliminarPues a mí me parece un buen final.
ResponderEliminarSeguro que cuando todo acabe estamos haciendo alguna tontería. Me has recordado una canción que dice...
Cuéntame una tontería
cuando llegue la agonía
Que no me pongan coronas
porque me da mucha risa
Cuéntame el chiste del cura
dame aquella medicina
Cuéntame una tontería
cuando llegue la agonía.
.../...
Uf, que me estás contagiando. :)
Te la dejo.
ResponderEliminarEsta versión me gusta mucho.
ResponderEliminarQué bueno Aute. La otra versión también mola. :) Gracias por compartirlo.
ResponderEliminar¡Saludos!
XD Me ha encantado! XD Vaya forma de cortarle el rollo... XD Besos!!!
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