Sólo la sombra escuchaba.
- ¿Sabes qué te digo? - exclamaba él -. Que estoy harto. Voy a hacer lo que me dé la gana, o aprendes asumirlo o te puedes ir a la mierda.
Él no llevaba razón.
- Por favor, no me digas eso...
- ¿Pero cómo no quieres que te lo diga? O aprendes así, o está visto que no vas a aprender en la puta vida.
En otras ocasiones quizá sí. Pero hoy no tenía razón.
- No me quieres - decía ella.
- ¿Pero cómo te voy a querer? - bufaba él con tono hiriente - ¿Cómo te voy a querer si no haces más que amargarme la vida? Me estás jodiendo la puta vida.
Ella empezaba a llorar.
- Cómo puedes decir eso...
- Pues diciéndolo, ¡a ver! - replicaba él - A veces me arrepiento de haberte conocido. ¡Ojalá y no hubiésemos empezado nunca!
Sólo la sombra era testigo.
- Bueno... - decía ella, después de haberse tragado las lágrimas y haber contenido su angustia - Estamos muy alterados, ven a la cama y vamos a dejarlo estar. Mañana...
- No - la cortaba él - ¿Sabes qué te digo? Que me voy. Me voy a la mierda, y tú te quedas aquí sola comiéndote tus palabras. Así aprenderás.
- Pero...
- Que nada - zanjaba él - te jodes. ¡Te jodes!
Entonces tomaba la chupa y se la ponía para marcharse. Y allí estaba ella: pequeña y desnuda. Tan frágil como si fuera un pajarillo recién caído del nido. Piando, suplicando a la madre que le alzase a la salvación. Pero la madre no oía. Y él estaba equivocado justo en aquellos momentos.
La sombra escuchaba.
- Me voy.
- ¡No! - gritó ella, hipando y sorbiendo las lágrimas - No, vas a quedarte aquí y vamos a dormir.
- ¡Que no!
- ¡Sí, vamos a dormir! - lloraba ella.
Pero él se marchaba dando un portazo. Y el golpe retumbaba toda la casa que temblaba y se estremecía, como si los muebles estuviesen incómodos por la escena.
Pero la sombra escuchó y pasaron diez años, veinte años. Él entonces estaba en un bar, bebiendo. Luego se vio en su casa, bebiendo. Una cerveza, dos cervezas. Y la tele, pero la tele no escuchaba. La sombra sí. Pocos sabían que existía, algunos la llamaron Némesis. Aquella noche era él quién lloraba.
- ¿Por qué tuve que tratarla así, por qué...? - no paraba de gimotear.
No sabía. Pero la sombra es paciente. Ve, escucha. Sabe quién lleva razón y quién no. Entonces espera, sigue, vigila. Y cuando es el momento apropiado, cuando hay un hueco para ella, se mete en la oscuridad. La de dentro. Y allí se queda.
- ¿Por qué, por qué?
La sombra, royendo en las tinieblas. Devorando, hiriendo, torturando. Entonces ya tiene muchos nombres: pena, culpa, rabia. Y la ceniza de su justicia es el tiempo que se quema, las horas que se pierden. El pasado que no puede borrarse y el dolor por lo que ya no vuelve.
- No tuve que hablarle así, si pudiera...
Pero no podía. Sólo lloraba. Y mientras lloraba vaciaba una botella en un vaso: vodka. Varios tercios apilados y las pastillas en la mesa. Porque la sombra ya le había envuelto, estaba dentro de él. Por fin le tenía.
Sólo la sombra escuchaba.
- ¿Sabes qué te digo? - exclamaba él -. Que estoy harto. Voy a hacer lo que me dé la gana, o aprendes asumirlo o te puedes ir a la mierda.
Él no llevaba razón.
- Por favor, no me digas eso...
- ¿Pero cómo no quieres que te lo diga? O aprendes así, o está visto que no vas a aprender en la puta vida.
En otras ocasiones quizá sí. Pero hoy no tenía razón.
- No me quieres - decía ella.
- ¿Pero cómo te voy a querer? - bufaba él con tono hiriente - ¿Cómo te voy a querer si no haces más que amargarme la vida? Me estás jodiendo la puta vida.
Ella empezaba a llorar.
- Cómo puedes decir eso...
- Pues diciéndolo, ¡a ver! - replicaba él - A veces me arrepiento de haberte conocido. ¡Ojalá y no hubiésemos empezado nunca!
Sólo la sombra era testigo.
- Bueno... - decía ella, después de haberse tragado las lágrimas y haber contenido su angustia - Estamos muy alterados, ven a la cama y vamos a dejarlo estar. Mañana...
- No - la cortaba él - ¿Sabes qué te digo? Que me voy. Me voy a la mierda, y tú te quedas aquí sola comiéndote tus palabras. Así aprenderás.
- Pero...
- Que nada - zanjaba él - te jodes. ¡Te jodes!
Entonces tomaba la chupa y se la ponía para marcharse. Y allí estaba ella: pequeña y desnuda. Tan frágil como si fuera un pajarillo recién caído del nido. Piando, suplicando a la madre que le alzase a la salvación. Pero la madre no oía. Y él estaba equivocado justo en aquellos momentos.
La sombra escuchaba.
- Me voy.
- ¡No! - gritó ella, hipando y sorbiendo las lágrimas - No, vas a quedarte aquí y vamos a dormir.
- ¡Que no!
- ¡Sí, vamos a dormir! - lloraba ella.
Pero él se marchaba dando un portazo. Y el golpe retumbaba toda la casa que temblaba y se estremecía, como si los muebles estuviesen incómodos por la escena.
Pero la sombra escuchó y pasaron diez años, veinte años. Él entonces estaba en un bar, bebiendo. Luego se vio en su casa, bebiendo. Una cerveza, dos cervezas. Y la tele, pero la tele no escuchaba. La sombra sí. Pocos sabían que existía, algunos la llamaron Némesis. Aquella noche era él quién lloraba.
- ¿Por qué tuve que tratarla así, por qué...? - no paraba de gimotear.
No sabía. Pero la sombra es paciente. Ve, escucha. Sabe quién lleva razón y quién no. Entonces espera, sigue, vigila. Y cuando es el momento apropiado, cuando hay un hueco para ella, se mete en la oscuridad. La de dentro. Y allí se queda.
- ¿Por qué, por qué?
La sombra, royendo en las tinieblas. Devorando, hiriendo, torturando. Entonces ya tiene muchos nombres: pena, culpa, rabia. Y la ceniza de su justicia es el tiempo que se quema, las horas que se pierden. El pasado que no puede borrarse y el dolor por lo que ya no vuelve.
- No tuve que hablarle así, si pudiera...
Pero no podía. Sólo lloraba. Y mientras lloraba vaciaba una botella en un vaso: vodka. Varios tercios apilados y las pastillas en la mesa. Porque la sombra ya le había envuelto, estaba dentro de él. Por fin le tenía.
Sólo la sombra escuchaba.
Es muy...¡Se lo merece! Aunque seguramente se le podría dar una oportunidad...¡Se lo merece!
ResponderEliminarSalud
Yo también pienso que se merece eso y más.
ResponderEliminarSalud.
Implacable.
ResponderEliminarTrágico final, resultado lógico de cuando hablan las vísceras...sin antes detenerse un microsegundo por la masa gris
ResponderEliminarSe cosecha lo que se siembra.
ResponderEliminarEs que alguna gente aún no conoce la diferencia entre ser impulsivo y ser idiota... En parte que me joroba que se vaya él y que ella le suplique en vez de que ella le eche... Por otra parte, mejor para ella que se vaya, desde luego... Besos!!!
ResponderEliminarEstoy seguro de que era lo mejor para ella. No le hacía ningún bien.
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