Por fin lo consiguió. Un contrato indefinido. Un puesto de trabajo muy cerca, además, del piso que había alquilado. Tenía buenas relaciones con el casero. Y era un barrio muy asequible. Todo ello significaba que, si la economía acompañaba y no creaba ningún problema en la vivienda - que no iba a hacerlo - podía ir pensando en pasar allí el resto de sus años.
Se encerró en su casa bajo los siete candados que había instalado esa misma mañana. Tenía perfectamente estudiados su itinerarios y su rutina. Sólo saldría para trabajar y luego, puntualmente, para hacer la compra e ingresar el pago de algunas facturas. Y calcularía los días en que debía hacerlo para espaciar las expediciones lo máximo posible.
Quería pasar encerrado en aquel piso casi todo el tiempo que no estuviese trabajando. Y no le costaba rechazar las invitaciones de sus compañeros para beber unas cervezas; o ignorar a aquella muchacha que le miraba juguetona todos los días en la boca del metro. No, no tendría relaciones de ningún tipo a pesar de ser aún bastante joven.
Le había costado pero había conseguido encontrar una ciudad donde nadie le conocía. Nadie podía decirle: "oye, hace mucho que no nos vemos, salgamos a tomar algo". No quería que su presencia fuese advertida. Se había arrepentido hasta la náusea de las cosas que había hecho en esta vida. Le torturaba por las noches el dolor que había causado.
No, no podía borrar nada de eso. No podía eliminar sus recuerdos ni podía reparar a todos los que habían sufrido por su culpa. No podía hacerlo, pero sí podía encerrarse bajo siete llaves y vivir para siempre como las ratas: escabulléndose, ocultándose, moviéndose en las sombras y procurando no ser visto. Para que nadie iluminase con una mirada su vergüenza y para que ninguna persona más tuviese que lamentarse por su culpa, maldito demonio.
Se encerró en su casa bajo los siete candados que había instalado esa misma mañana. Tenía perfectamente estudiados su itinerarios y su rutina. Sólo saldría para trabajar y luego, puntualmente, para hacer la compra e ingresar el pago de algunas facturas. Y calcularía los días en que debía hacerlo para espaciar las expediciones lo máximo posible.
Quería pasar encerrado en aquel piso casi todo el tiempo que no estuviese trabajando. Y no le costaba rechazar las invitaciones de sus compañeros para beber unas cervezas; o ignorar a aquella muchacha que le miraba juguetona todos los días en la boca del metro. No, no tendría relaciones de ningún tipo a pesar de ser aún bastante joven.
Le había costado pero había conseguido encontrar una ciudad donde nadie le conocía. Nadie podía decirle: "oye, hace mucho que no nos vemos, salgamos a tomar algo". No quería que su presencia fuese advertida. Se había arrepentido hasta la náusea de las cosas que había hecho en esta vida. Le torturaba por las noches el dolor que había causado.
No, no podía borrar nada de eso. No podía eliminar sus recuerdos ni podía reparar a todos los que habían sufrido por su culpa. No podía hacerlo, pero sí podía encerrarse bajo siete llaves y vivir para siempre como las ratas: escabulléndose, ocultándose, moviéndose en las sombras y procurando no ser visto. Para que nadie iluminase con una mirada su vergüenza y para que ninguna persona más tuviese que lamentarse por su culpa, maldito demonio.
Muy duro, pero imposible. Esa muchacha del metro algún día se acercará y todo volverá a empezar. Saludillos
ResponderEliminar¿Seguro? Sería bastante raro que se acercara. Esas cosas no suelen ocurrir.
ResponderEliminarLos remordimientos y las culpas reclaman soledad para poder devorar a su víctima a sus anchas. Lo peor del caso es que la víctima no se reconoce y se cree victimario. Besos
ResponderEliminarEn realidad lo es, porque ha causado sufrimiento.
ResponderEliminarBesos.
La pregunta es, ¿ha causado sufrimiento voluntariamente o lo ha hecho sin querer? ¿Se está castigando porque realmente lo merece o está infringiéndose a sí mismo más dolor que el que causó? Besos!!!
ResponderEliminarEstá claro que él piensa que se lo merece.
ResponderEliminarBesos.
Es cierto que esa chica nunca se le acercará, y también puede ser cierto que ha causado bastante sufrimiento. Pero lo único real es que vive tras siete llaves, y que los castigos, para que sean eficaces, no puede ser para siempre (y no lo digo yo, lo dijo uno con estudios de psicología y todo).
ResponderEliminarAlgúna día será él quién se acerce a esa chica y quite, al menos, cuatro de esas llaves (me gusta el número tres). Dirás que esas cosas sólo pasan en los cuentos de hadas, pero quizás lo sea... no hay nada más alejado de la realidad que el número 7.
La verdad es que los siete candados son un poco literarios. Aun así, dependerá de su fuerza de voluntad.
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