Fueron a fumar al viejo túnel ferroviario. Atravesaba toda la montaña, pero ellos se quedaron en la puerta. El suelo estaba lleno de cristales rotos, litronas, chustas de porros y plásticos de todo tipo. De pasar trenes descarrilarían, pensó él.
Había ido antes con amigos, pero nunca con ella. Estaba seguro de que iba a follársela. Si no le importaba meterse un poco en el túnel, donde había menos luz, y desnudarse entre toda esa mierda. El humo empezó a rodearles, aromático. Iban animándose mientras perdían la mirada entre los abetos que ocupaban las montañas.
Luego se escuchó un eco. Ella miró al interior. Creía que había sido el aire. Él, con mucho disimulo, fingió alejarse para arrojar la colilla. No quería que viera que tenía miedo y que por eso se acercaba a la luz. Pero no era nada, sólo el viento. Y si quería tirársela tenían que esconderse un poco. Dieron otros pocos pasos. Entonces:
- ¡Que alguien me escuche! ¡Que alguien me escuche, por favor!
Se quedaron los dos quietos y callados. Ambos lo habían oído perfectamente, pero querían guardar el silencio para comprobar que no era imaginación. Que era cierto. Pasaron unos segundos en que el túnel sólo devolvía el rumor del aire atrapado, pero luego se escuchó claramente:
- ¡Que alguien me escuche! ¡Es horrible, es horrible! ¡No sabéis lo que están haciendo! ¡No podéis imaginarlo! ¡Lo que están haciendo es horrible! ¡Espantoso, espantoso! ¡Que alguien me oiga! ¡Que alguien venga y vea lo que hacen, lo que están haciendo!
Se quedaron allí plantados y les llegó hasta la última palabra. Miraron a la oscuridad cinco segundos y luego a ellos mismos. No se oía nada más: no golpes, no ruidos. Nada. Iban a preguntarse qué hacer, sin abrir la boca, cuando retumbó una última frase:
- ¡Por el amor de Dios! ¡Es espantoso! ¡Es horrible! ¡Lo están haciendo! ¡Lo hacen, de verdad que lo hacen!
Ahí salieron corriendo. No pensaron nada y no miraron atrás. No dejaron de correr hasta que se ahogaron.
Pasó mucho tiempo. Tenían miedo de haber dejado allí las cosas, las bebidas, y de lo que pudiera pasar. Jamás lo olvidaron. Y pasaron sus noches preguntándose si el grito inhumano que dejaron atrás mientras corrían era de dolor, pánico, alerta o alegría.
Había ido antes con amigos, pero nunca con ella. Estaba seguro de que iba a follársela. Si no le importaba meterse un poco en el túnel, donde había menos luz, y desnudarse entre toda esa mierda. El humo empezó a rodearles, aromático. Iban animándose mientras perdían la mirada entre los abetos que ocupaban las montañas.
Luego se escuchó un eco. Ella miró al interior. Creía que había sido el aire. Él, con mucho disimulo, fingió alejarse para arrojar la colilla. No quería que viera que tenía miedo y que por eso se acercaba a la luz. Pero no era nada, sólo el viento. Y si quería tirársela tenían que esconderse un poco. Dieron otros pocos pasos. Entonces:
- ¡Que alguien me escuche! ¡Que alguien me escuche, por favor!
Se quedaron los dos quietos y callados. Ambos lo habían oído perfectamente, pero querían guardar el silencio para comprobar que no era imaginación. Que era cierto. Pasaron unos segundos en que el túnel sólo devolvía el rumor del aire atrapado, pero luego se escuchó claramente:
- ¡Que alguien me escuche! ¡Es horrible, es horrible! ¡No sabéis lo que están haciendo! ¡No podéis imaginarlo! ¡Lo que están haciendo es horrible! ¡Espantoso, espantoso! ¡Que alguien me oiga! ¡Que alguien venga y vea lo que hacen, lo que están haciendo!
Se quedaron allí plantados y les llegó hasta la última palabra. Miraron a la oscuridad cinco segundos y luego a ellos mismos. No se oía nada más: no golpes, no ruidos. Nada. Iban a preguntarse qué hacer, sin abrir la boca, cuando retumbó una última frase:
- ¡Por el amor de Dios! ¡Es espantoso! ¡Es horrible! ¡Lo están haciendo! ¡Lo hacen, de verdad que lo hacen!
Ahí salieron corriendo. No pensaron nada y no miraron atrás. No dejaron de correr hasta que se ahogaron.
Pasó mucho tiempo. Tenían miedo de haber dejado allí las cosas, las bebidas, y de lo que pudiera pasar. Jamás lo olvidaron. Y pasaron sus noches preguntándose si el grito inhumano que dejaron atrás mientras corrían era de dolor, pánico, alerta o alegría.
Quizás esos gritos se referían a lo que iban a hacer ellos mismos. Quién sabe.
ResponderEliminarQuizás esos gritos se referían a lo que iban a hacer los protagonistas. Quién sabe.
ResponderEliminarA veces al releerlo también me da esa impresión... es curioso.
ResponderEliminarY perdona el doble comentario, la informática y yo no nos llevamos bien.
ResponderEliminarNo te preocupes por eso, no ocupan espacio.
ResponderEliminarIgual es que iba a ver sexo gratis.
ResponderEliminarNo, realmente es perturbador. Niños, usad camas.
Perturbador... gracias.
ResponderEliminarQuizá fue su vía de escape...
ResponderEliminarMuá
¿Y si de verdad necesitaba ayuda?
ResponderEliminarCon lo útiles que son las linternas y lo infravaloradas que están... XD Yo me pregunto también lo mismo que el último comentario... Intrigante cuanto menos :-D Besitos!!!
ResponderEliminarHasta yo me lo pregunto...
ResponderEliminar