16.2.08

[soñé]

Anoche tuve sueños horribles. Soñé que de nuevo era un niño, y que mi casa estaba llena, encendida de luz estival. Soñé que pasaba los sábados interminables jugando en la plaza, rodeado de pájaros, caras brillantes y muchas voces alegres. Soñé que pasaban los días unos iguales a otros, siempre entre chucherías.

Soñé que era de nuevo adolescente, y descubría otra vez el mundo. Las primeras emociones e ilusiones eran nuevas, los primeros placeres adultos, las primeras amistades y el primer beso.

Soñé que miraba al mañana y estaba en blanco. Soñé que había un futuro por delante.
Después desperté.

Miré en derredor… sombras. Me abracé fuerte, helado. Me mecí entre las tinieblas, arropado por la eterna nube de alcohol.

Apreté los ojos y murmuré entre dientes… ¡malditos sueños!

10.2.08

[2, 3, 4]

2.

Dicen que los habitantes de lugares muy ventosos tienen la mente algo desequilibrada. Quizá sea cierto. Esta noche, la persiana pega fuerte contra el cristal. Llevamos unos días de viento especialmente rabioso. Me encanta ese ruido. Es como el murmullo profundo del mar, pero se mueve sólo la masa invisible del aire. La esfera del mundo, enorme y entera, está hecha de viento. Aquí siempre hizo mucho. Forma y deshace los surcos en la tierra; igual que disuelve poco a poco mis ideas. Al fin y al cabo, nunca vi bien del todo a la gente de aquí. No quieren cuentas con nadie y barren siempre para adentro, llenando sus casas de arena. Quizá sí estemos un poco locos, después de todo.

3.


Mi casa es muy grande. Tiene dos moradas casi idénticas y entremedias un patio que las separa. La que mira al oeste, ésa es la que uso para vivir. Allí como, duermo, veo la tele y recibo a mis visitas. La que mira al este, ésa la uso para guardar los trastos inútiles que con el tiempo voy acumulando. Por lo demás, poco la piso. Tiene, nada más entrar – desde el patio –, un dormitorio. Allí a veces llevo mujeres, por estar esta alcoba más apartada del vecindario.
El resto de la morada, en ocasiones, la visito para abandonar allí una caja llena de cachivaches. Pero hay un no sé qué en ese lugar que no me gusta. Cierro la puerta del dormitorio y quiero aislar las demás habitaciones, sintiendo en ellas ruido y luces encendidas.

Después huyo a la otra morada, donde vivo, y me acuesto en mi cama. Dejo puesta la tele, pero hay un monstruo que me llama, aunque yo no quiera escucharlo, y me recuerda cosas desde la más oscura y escondida habitación de todas.

4.

Volví a verlo al cabo de un tiempo, al menos tres años. La vida le había chupado las aguas hasta dejarlo en los huesos. Me miraba desde sus ojeras profundas y me hablaba con la voz sombría de siempre - aunque más rota que nunca -.
Parecía que el tiempo no había pasado entre nosotros. Me contó sus nuevos fracasos, sus nuevas pérdidas. Me aseguró estar por fin desengañado. Recordamos nuestra estupidez adolescente. Añoramos la ilusión de las primeras noches adultas., cuando aún no veíamos el abismo al que nos dirigíamos. “Cuanto más mayor me hago, más extraño todo aquello”, decía. Estaba delgadísimo.
Yo me fui de allí dándome puñetazos, borracho. Durante un minuto (o menos, no sé) me dolió haber dejado marchar a uno de los escasos amigos ciertos. Me sentí viejo. Habían sido tres años, pero se antojaban tres vidas. Y culpable. Había permitido que el destino devorase a mi amigo y escupiese sólo su sombra.
Esa noche estaba triste; una tristeza parecida a la de siempre, pero no igual. Cuando me acosté, ya era de día. Por eso dejé la persiana entreabierta. La luz del patio pasaba por las rendijas, lechosa. Y también, a través de las rendijas, el monstruo me miraba desde el otro lado; yo dormitaba y la bestia me observaba con ojos sangrientos y una sonrisa tranquila en sus fauces.

Febrero de 2008.

3.2.08

Querer es esencialmente sufrir

Querer es esencialmente sufrir, y como vivir es querer, toda vida es por esencia dolor. Cuanto más elevado es el ser, más sufre... La vida del hombre no es más que una lucha por la existencia, con la certidumbre de resultar vencido. La vida es una cacería incesante, donde los seres, unas veces cazadores y otras, cazados, se disputan las piltrafas de una horrible presa. Es una historia natural del dolor, que se resume así: querer sin motivo, sufrir siempre, luchar de continuo, y después morir... Y así sucesivamente por los siglos de los siglos hasta que nuestro planeta se haga trizas.

Arthur Schopenhauer.