9.1.10

Arrepentíos y disfrutad

Una vez leí que, cuando los Aliados estaban a punto de entrar en Berlín y dar por derrocado el régimen nazi, numerosos miembros de la clase media lo entendieron como el fin definitivo y decidieron reunirse en sus lugares de trabajo para aprovechar sus últimos días. En una orgía constante fornicaron los unos con los otros y bebieron sin parar, disfrutando de todo aquello que no se atrevieron a hacer hasta que alguna bomba o los posteriores fusilamientos masivos la dio por terminada.

El Imperio Romano vivió una historia parecida pero si para los nazis el descenso duró unos pocos días de locura, para los viejos latinos supuso una larga agonía que se prolongó por cien años. Durante aquel proceso de descomposición los ciudadanos del Imperio tomaron la misma decisión que los derrotados nazis: entregarse a los excesos más primarios al comprender que su mundo, de forma total e irreversible, se abocaba imperturbable a su fin. ¿Para qué sufrir pudiendo dedicar toda energía al disfrute, si ya no habrá un mañana?

Existían entonces, en los albores de las religiones místicas como el cristianismo o el mitraísmo, personajes que se oponían a tal degradación de los valores y costumbres y llamaban a las masas a mantener la rectitud diciendo: "¡arrepentíos!". Arrepentíos, evidentemente, de la vida que habéis llevado antes de que todo fuese así; arrepentíos para ver si así Dios os perdona por haber sido tan gandules, tan ignorantes, tan egoístas. Los romanos clásicos les miraban y decían: "¿para qué preocuparse? Ya no hay solución, ¿por qué no relajarse y disfrutar?". Así lo hicieron muchos de ellos y, tanto los unos como los otros, fueron exterminados o convertidos en siervos durante las sucesivas invasiones bárbaras que acabaron con el Imperio de Occidente.

Ahora yo, en estos tiempos en que aquella historia espantosa se repite, me pregunto ¿qué elegir? Nuestro mundo se deshace, no existe autoridad ninguna que nos gobierne ni nada que nos proteja y si aún no se ha desplomado todo ya es porque la mayoría no se han dado cuenta. Pero muchos sí. Y cada vez serán más. Y ya a nadie le importa nada, ya no existe norma que nos rija ni principio que nos funde. Los pocos que conservan algún algo de honor y dignidad son, ya, seres marginales. Nuevas realidades emergen al otro lado del mar y sólo están esperando a que nos autodestruyamos, a que la fruta podrida caiga por sí sola para tomarla y comérsela. Hasta entonces, ¿qué hacer?

Yo os invito, amigos míos, a que depravéis. Ya no hay vuelta atrás; todo está perdido. No hay solución. Así pues, ¿por qué sufrir? ¿Por qué seguir trabajando, esforzándose, luchando? Todo saldrá bien a los corrompidos, a los malechores, a los malvados; a ellos nunca les falta de nada. Y vosotros, por mucho que intentéis seguir adelante, caeréis también con ellos. Dios no hará distinciones. Los pecadores y los justos serán juzgados por igual. Así deberíamos beber, comer, reír, folgar. El mundo se desploma. ¡Aprovechemos lo que queda!

4.1.10

Nunca es nunca

Existen dos expresiones populares muy corrientes que son una gran mentira: "más vale tarde que nunca" y "menos es nada". Esto es de una falsedad terrible, pues muy a menudo "nada" es mucho más que "menos". Y, por supuesto, "nunca" es siempre mejor que "tarde". En esta vida hay ciertos trenes que hay que cojer, y perderlos supone perder para siempre la esperanza de cambiar las cosas. Una vida debe hacerse en el tiempo convenido, el espacio que el destino nos cede para ponerlo todo en orden; si flaqueamos en esa ocasión todo lo venidero será inútil. Me parecen crueles esas iniciativas que sirven para hacer compañía a ancianos solitarios, enseñar a personas maduras y obsoletas lo que de jóvenes no aprendieron, porque se les da la falsa esperanza de que aún hay esperanza. El resultado último es el evidente desengaño como despedida de todo. El que no agarra la compañía a tiempo está solo y solo se queda para todos sus días; el que no tuvo oportunidades ayer no las tendrá mañana. Esa es la única verdad; como respuesta rotunda a las engañosas sentencias del optimisto tenemos lo que dijo Nietzsche: "la esperanza es el peor de los males porque aumenta el dolor de los hombres".