26.12.11

Las cosas de Yucatán

"(...) y dice este Diego de Landa que él vio un gran árbol cerca del pueblo en el cual un capitán ahorcó muchas mujeres indias de las ramas y de los pies de ellas a los niños, sus hijos.

(...)

Que se alteraron los indios de la provincia de Cochua y Chectemal y los españoles los apaciguaron de tal manera que, siendo esas dos provincias las más (...) llenas de gente, quedaron las más desventuradas de toda aquella tierra. Hicieron crueldades inauditas cortando narices, brazos y piernas, y a las mujeres los pechos y las echaban en lagunas hondas con calabazas atadas a los pies; daban estocadas a los niños porque no andaban tanto como las madres, y si los llevaban en colleras y enfermaban, o no andaban tanto como los otros, cortábanles las cabezas por no pararse a soltarlos".

Diego de Landa,
Relación de las cosas de Yucatán.

21.12.11

¿Cómo vivir sin cobrar?

Como habréis imaginado por el título de la entrada, vamos a comentar el tema de Lucía Etxebarría. O mejor dicho, aprovecharemos su andanada para ver qué opinamos de la piratería relativa a libros - puesto que este blog es sobre todo literario, nos centraremos en cómo afecta a aquellos -.

Lucía Etxebarría ha anunciado que no publicará más libros puesto que las ventas del último han sido menos numerosas que las descargas ilegales. Cosa que a mí me parece lógica, aunque creo que la escritora ha hecho una estupidez. Si yo hubiese estado en su lugar, simplemente habría dejado de publicar sin dar más explicaciones - tampoco creo que nadie se las hubiese pedido nunca -.

Al proclamarlo sólo ha conseguido una cosa - no sé si lo que pretendía - y es que le lluevan todo tipo de insultos, improperios y ataques personales. Gente que seguramente no ha abierto un libro en su vida, personas que no leen ni el Marca pero por supuesto saben muy bien quién es Lucía Etxebarría, aunque sólo les suene el nombre - dudando un poco si es de actriz, cantante o famosilla de la tele - o ni eso. Pero internet es así, ya sabéis. Si se habla de física cuántica, pues soy físico. ¿Que hablan de Corea del Norte? Pues soy experto en dicho país, aunque no sepa ni dónde está. Y por supuesto que si hablan de escritores soy el que más lee de toda la red, eso que quede claro. Aunque el último libro que abriera fuera el que me cayó en los exámenes del instituto.

Por supuesto que cosas como la SGAE y sus políticas no me gustan nada, creo que el siglo XXI tiene que traer otras formas de edición que otorguen más poder al autor. Pero nunca he entendido la filosofía de la gratuidad absoluta. Una persona que escribe por afición - como yo - necesita un sustento con que cubrir sus necesidades - como cualquier hijo de vecino -. Esto significa que sólo podrás escribir en las horas que te deje tu trabajo, esto es, un par de horas antes de acostarte o antes de ir al curro, o los fines de semana.

Stephen King dice que para ser escritor hay que leer cuatro horas al día y escribir cuatro horas al día. Lo que es, básicamente, una jornada laboral. Un escritor tiene que echarle muchas, muchas horas a sus libros. Además, en según qué casos, quizá tenga que viajar, visitar museos, comprar material para documentarse, etc. Eso cuesta dinero. Pero sobre todo tiene que comer, pagar un alquiler, vestir y alimentar a sus hijos, etc.

¿Cómo vivir sin cobrar? ¿Cómo vivir de gratis? Es un tema que he tratado muchas veces con bastante gente, en el mundo real y aquí en la red. Cuando aparece la inevitable pregunta siempre ocurre lo mismo; sobre todo en internet, los partidarios de la piratería y la gratuidad empiezan a hablar de "otros modelos de negocio", "vías inexploradas", "si experimentasen un poco no tendríamos este problema", "existen otras formas de hacer dinero con el arte que no se han planteado...".

Entonces es cuando tú, en tu ignorancia, les pides que te expliquen claramente de qué vías hablan, cuáles son esos modelos, en qué consisten esas formas milagrosas de hacer dinero sin cobrar por el libro (o disco, o lo que sea). En el caso de los músicos está claro: los conciertos. Pero en este blog hablamos de literatura. ¿Cómo puede vivir un escritor o sostenerse una editorial sin vender libros? Es llegados a este punto cuando se ponen a hablar de "coyunturas", "contextos" o te saltan con alguna resolución judicial de algún país de Europa del norte o con algún enlace en inglés que han encontrado por la Wikipedia. Pues no. No me vale.

Yo pido desde aquí a todo el que me lea - y esté a favor de la "cultura libre" y de la gratuidad - que por favor utilice el formulario de comentarios para explicarnos, de forma clara y sencilla, cómo puede vivir un escritor si no recibe ningún dinero a cambio de lo que escribe. No pido enlaces raros, ni citas de no sé quién, ni coyunturas ni sintaxis. Quiero un "pues mira, tú haces esto y ganas dinero de tal manera". A ver si lo conseguís.

15.12.11

El mimo

El mimo hacía toda clase de números a lo largo de la mañana. A ratos ofrecía una flor de forma mecánica a cambio de unas monedas, o permanecía quieto durante horas con un gato sobre los hombros o fingía subir una escalera inexistente. Cuando Laura pasó por allí estaba atrapado por una barrera invisible.

Laura se detuvo a su lado, desconcertada. El mimo, con gesto desesperado, plantaba las manos en el aire y palpaba el imaginado muro por todas partes, buscando una salida. Cuando alguien se acercaba él, graciosamente, se encogía de hombros y solicitaba ayuda; la cual solía venir en forma de dinero. Pero Laura no pareció entenderlo de ese modo.

Saliendo a codazos del corrillo que rodeaba al mimo, muy excitada, se acercó a una de las obras eternas que mantenían impracticable la Gran Vía. Los albañiles habían parado para fumar un cigarro, momento que ella aprovechó para tomar un gigantesco martillo que tenían por allí apoyado. Con él en las manos volvió corriendo al lugar donde estaba atrapado el mimo.

Nadie pareció advertir su presencia hasta el último momento. Sin demasiados problemas, con gran decisión, se escurrió entre el bullicio y separó las piernas, alzando sobre su cabeza la gigantesca envaina. Sólo al final de su esfuerzo, cuando ya iba a descargar el golpe, notó que algo la contenía; dos manos asían el martillo queriendo arrebatárselo. ¿Por qué?

No entendía que un grupo de hombres se abalanzara sobre ella, gritando, y le arrancara de entre los dedos su improvisada arma. Como no comprendía el gesto de terror con que el mimo, al verla acercarse, se llevó las manos a la cara y se lanzó asustado al suelo. ¿No veía que pretendía rescatarle? ¿Acaso no ansiaba la libertad?

La partida

Los hombres salieron de noche, muy de noche, cercana ya la madrugada. Era invierno y hacía un frío insoportable, cortante; pero no importaba. Poco antes habían advertido la ausencia del niño. La ventana que abierta golpeaba furiosamente contra los goznes, empujada por el viento, despertó a sus padres. Parecía haber ocurrido hacía poco.

En poco rato se puso en pie toda la aldea; el bosque alrededor estaba desconcertado por tan inesperada actividad. En mitad de la noche profunda se escuchaban voces, gritos, órdenes y reclamos. Pasos que corrían de aquí para allá. Y los búhos y lechuzas, confusos, volando en círculos denunciaban una inquietud siniestra.

Tomaron como armas lo primero que encontraron: hoces, guadañas y horquillos, martillos y azadas. No faltaban, por supuesto, las antorchas. Se pusieron sus pesados petos de lana prensada y como cascos sirvieron cubos y cacerolas para abandonar el castro todos a una en dirección al monte.

Avanzaron siguiendo el rastro de árboles tronchados y espesos matorrales arrancados, allí hacia donde el sentido común les decía que se encontraba su objetivo. Trepando, entre resbalones y tropiezos, la montaña rocosa y helada como el infierno. Al cabo de un tiempo llegaron a la entrada de la cueva, a una altura tal que no tenían muy claro cómo habían logrado subir.

Temblaban por dentro y por fuera, de frío y de miedo; pero aunque la noche y el destino les acongojasen nada les haría vacilar. El terror moría como un fuego apagado por el viento gélido de la responsabilidad; todos habrían deseado, de haber sido su hijo, que sus vecinos hiciesen lo mismo. Así, con el padre a la cabeza, entraron en la gruta.

Y se internaron, se internaron sin temor. Con paso firme, resueltos, alumbrados por sus pobres antorchas se adentraron en la tierra. Estaban decididos a recuperar a uno de los hijos de su aldea y no titubearían. No habían de lograrlo, por desgracia; porque mucho antes de que advirtieran la ausencia del muchacho, antes de que resolvieran partir a su rescate, el ogro ya lo llevaba en brazos a lo más oscuro de su caverna profunda. A su lugar misterioso en el corazón de la montaña, escondido en las tinieblas.

1.12.11

Desapariciones inexplicables

En mi vida ha habido pocas amistades que no hayan acabado con una decepción, una puñalada trapera o un alejamiento intencionado. En los mejores casos terminaron con un distanciamento natural y sin acritud. De cualquier forma siempre tenían en común el poder explicarse con alguna razón.

A veces ocurre que una persona se acerca a ti con algún tipo de interés y, cuando este interés desaparece o es satisfecho, se aleja. En otras ocasiones eres tú el que se comporta como un capullo. O aparece un factor externo: le caes mal a su novio, a sus amigos... Y finalmente están los distanciamentos humanamente comprensibles: que le haya salido un curro en Pernambuco, que trabaje quince horas al día, que se case...

Pero luego está ese tipo de personas que desaparecen sin ningún motivo. Que se alejan de ti y abandonan tu existencia de forma inexplicable, como si se hubiesen volatilizado. No me refiero a esta gente que deja de saludarte de un día para otro, sino a amigos a los que no ves a menudo y debes ejercer un pequeño esfuerzo por mantener la relación. De repente compruebas que eres tú el único que hace dicho esfuerzo y que no obtienes respuesta alguna. Llamas y nunca te devuelven las llamadas, o mandas mensajes que jamás son contestados. Hasta que un buen día te encojes de hombros, desistes y se acabó.

Este tipo de desapariciones me enervan especialmente porque no les encuentro explicación. Busco en mi memoria alguna posible ofensa que haya podido hacer; si recordase haberme comportado como un imbécil o haber fallado a la persona en cuestión lo comprendería. Pero cuando no es así me choco contra la duda y el misterio. No hallo una solución al enigma. No hay de por medio terceras personas que metan cizaña, ni sé de cambios drásticos de residencia - o me pregunto, de haberlos habido, ¿por qué no me lo dijo cuando aún teníamos contacto? -.

A veces hago conjeturas; podría ser, por ejemplo, que hubiese un novio celoso y yo no me hubiese enterado. O que cualquier insignificante detalle de mi comportamiento haya ofendido a esa persona. O que se haya muerto - teoría que procuro rechazar de inmediato - o tenido un grave problema del que yo no sé nada.

Finalmente, no obstante, dejo de cavilar y resuelvo que no hay explicación alguna. Que no hay razón que aclare por qué esa persona ha desaparecido. Esto me irrita y me desconcierta; frente a los que te clavan un cuchillo a traición o los que se esfuman porque ya tienen de ti lo que querían, la inexplicable vaporización de buenas personas que fueron amigos leales se me antoja un misterio inquietante y perturbador. En los primeros casos, aunque la razón sea repugnante, al menos hay una razón. En el que nos ocupa, en cambio, nos enfrentamos a lo desconocido, a lo incomprensible, a un porqué triste y sin respuesta.