31.12.10

La teoría

Fue necesario y durísimo solventar todo tipo de problemas técnicos, superar amenazas, sortear obstáculos. Hubo de repararse varias veces la maltrecha nave, esquivar lluvias de meteoros, encontrar el camino dentro de complicadas nebulosas.

La tripulación prosiguió su marcha torpe pero imperturbable. La misión no podía fallar. Eran seres humanos en la ejecución del más asombroso descubrimiento científico de la historia. Como un asteroide el cohete surcaba los cielos de incontables planetas, y los habitantes de cada mundo se preguntaban de dónde vendría esa estrella y a dónde iría. Su rastro se perdía en el negro del Universo como una llama en el mar.

Poco después de atravesar la Puerta de Tanhäuser entraron en la zona desconocida y avanzaron siguiendo los cálculos del profesor. Fue tan dura la travesía, tantos peligros hubieron de enfrentar que sólo un pobre timonel logró llegar vivo a tomar tierra en el planeta indicado. Todos habían muerto.
Atravesó atmósferas de nubes para después integrarse en medio de torbellinos estrellados, ascender montañas de proporciones cosmogónicas y, finalmente, coronar la cima. Allí estaba el perfecto palacio blanco, tal y como el profesor lo planteó. Formas arquitectónicas de una geometría desconocida e incomprensible por el hombre. Dentro, el Ser.

Tenía que hablar con él. Sabía que ya, solo y con el cohete averiado, no volvería a la Tierra. Pero podría grabar su voz misteriosa y enviar el archivo de vuelta a casa. Como un mensaje póstumo de victoria en la eternidad. Rompiendo el espacio en un insólito viaje llevando el fruto de su sacrificio al futuro, pues tardaría años en llegar.

Cuando se vio ante el Ser le pidió respuestas a todas las preguntas.

- Tienes muchas cosas que explicarme. - se limitó a decir, con tono molesto, sin mayores preámbulos.

El gigantesco Ser dio media vuelta y tras mirarlo pensativo un rato, finalmente contestó - con la voz más profunda que en el cosmos habla -:

- Estaré encantado, pero... ¿qué es la Tierra? ¿Quién eres tú?

El viajero espacial quedó algo impactado y replicó...

- ¿No lo sabes? Pero, tú...

El Ser movió la cabeza.

- Vengo de la Tierra... - continuó el astronauta -. Tú nos creaste.

- La Tierra... la Tierra... 

El timonel, vencido, estuvo tentado a abandonar la sala cuando el Ser se encogió de hombros y algo avergonzado confesó:

- Posiblemente sí que lo hice... ¡pero, sinceramente, no me acuerdo!

[17]

Realmente creía que estaban predestinados, hasta que descubrió con horror que no existe el destino.

28.12.10

Consejos absurdos: 3

3.

No le des a nada demasiada importancia. Pase lo que pase, la vida tendrá siempre la misma utilidad: ninguna.

Burbuja

Recorrer las calles bajo un sol intenso, atravesando el contraste entre las luces y las sombras. Algunas calles en la quietud absoluta y las transversales surcadas como cañones por un viento cortante. Bucear difícilmente el aire gélido, heladísimo. Frío al brillo del sol.

La puerta se abre ruidosa. Arrastra el polvo, quiebra el silencio. Está oxidada, como todo. Como todo va cayendo al tiempo y lo que un día fue nuevo hoy es puro gris. Que se desmorona del mismo modo que las ilusiones y los sueños que lo acompañaron cuando se construyó. Las escaleras cremosas, falso mármol, el eco de los pasos en un hueco vacío.

La soledad es llegar a casa y comprobar que todo está como lo dejaste. En penumbra porque nadie ha subido las persianas, nadie ha abierto las ventanas para que se muevan los visillos. La bombilla que olvidaste apagar sigue alumbrando la cocina; iluminó la escena que por la mañana no pudo ver nadie.

Una comida escueta, no tiene sentido cocinar si el sabor quedará en ti. La televisión es un simulador que reproduce lo que se recuerda como compañía humana. Tristeza, una tormenta; tú intentando soportarlo como un barco zozobra entre las olas para sobrevivir de pie a la tempestad.

Cuando todo pasa las cosas se ven de otra manera. Quizá no sea tan malo después de todo. Soledad es mirar de reojo al teléfono sabiendo que no va a haber ningún mensaje, esperando la llamada que nunca llega. ¿Pero y qué?

Mi cabeza es un cementerio: las esperanzas, las ilusiones y todo lo que un día creí y lo que planeé, y todas las personas a las que quise y hoy son sólo recuerdos enterrados y tan muertos como la madera de que está hecha la mesa en la que como. Un cementerio que al dibujar las palabras se lee como desencanto, aunque el nombre que le pongas da igual.

Mi cabeza es un cementerio, ¿y qué lugar hay más pacífico y más feliz a lo largo y ancho de este mundo? Donde no hay más vida que la de los árboles nudosos y el chillido de algún pájaro, donde no hay otro paisaje que el de tumbas erizadas y sólo rompe el silencio un ulular entre las lápidas. ¿Qué dolor puede existir donde ningún aliento respira, si no hay un corazón que lata?

Soledad, pasar el día y la noche sin interrupción, sin contacto humano, sin otro calor que el de la caldera quemando gas. Soledad... ahora puedo aprovechar, y convertir mi casa en una burbuja. Quiero que todo sea una burbuja en el tiempo; una cápsula que me transporta, como una botella en el mar, una pompa donde la sal no logra entrar.
Quiero que sea una burbuja llena de la calma quieta de abandono hasta que el tiempo me borre como el puñado de ceniza que soy y, mezclándome con el aire y con la tierra, nadie me recuerde y ni siquiera los recuerdos puedan perturbarme.

¿Quién quiere vivir por siempre?

Deberías volver

Quizá deberías volver. Porque desde que no estás, los árboles se han secado. Se les cayeron las hojas y las barrió el viento. Jugó con ellas... hasta que paró. Porque al poco de irte, se detuvo el aire. Y creía que llovería - por el gris de mi tristeza - pero se me van las nubes, se hace el desierto entre mis muros.

Deberías volver, porque las hormigas te echan de menos. Ya no bulle nada en el jardín, que se reseca y se deshace. Pensé que habría primavera, pero las abejas se marcharon y no nacieron nuevas flores. Pensé que vendría el calor - como arde mi dolor - pero ya llevo años de invierno.

Quizá deberías volver. Porque mi casa, mi vida, desde que no estás se está pudriendo.

26.12.10

[16]

El dolor da paso a la indiferencia. Del sufrimiento intenso nace la calma densa. Es así en cualquier modo, igual que tras arder el bosque aparece un serenísimo y pacífico desierto.

Consejos absurdos: 1

1.

Si una persona te hace daño con sus palabras, anótalas. Así, cuando empieces a olvidarlas, podrás recordarlas para que no se duerma el dolor y te engañen otra vez.

18.12.10

El hormiguero, la huerta

Desde que podía recordar, el hormiguero siempre había estado ahí. Una grieta minúscula en el asfalto, al pie de la escalera en un recodo bajo la alberca. Era el lugar perfecto para ellas: hormigón inamovible al viento y a la lluvia. La misma puerta exacta perduraba año tras año, sin afectarle las inclemencias del tiempo; a diferencia de otras colonias excavadas en la arena, en el camino o en el campo, que eran destruidas invariablemente por el agua, el paso de los coches o el del arado.

A los niños les gustaba pasar tardes enteras jugando con aquel hormiguero eterno. A veces mirando sin más a las hormigas, trabajando, absortas en sus ocupaciones y absortos ellos también con el movimiento de sus antenas o el prodigio incomprensible de su fuerza.
Otras veces, las más, disfrutaban torturándolas; liberando en ellas la bestia sádica que tenían dentro, como todo hombre, y como todo niño más fuerte en ellos. Las atacaban con agua, inundando el agujero, y ellas salían en marabunta transportando la comida que podían recuperar y, cuando había suerte, incluso podían verlas portando desesperadas a sus larvas, para salvarlas.

A menudo les daban comida, restos de chucherías o cualquier bicho que pudieran encontrar por ahí, en la alberca o en el entorno. Las ayudaban a atrapar saltamontes, mariposas, y no se aburrían viendo cómo los troceaban vivos para almacenarlos. Estaban muy arriba para ellos, muy lejos del dolor y del pánico de los escarabajos en soledad, solos ellos rodeados por las hormigas que les acosaban, ora atrapando una antena, ora una pata, hasta partirlos, despedazarlos. Y aún estaban vivos en diferentes pedazos cuando les engullía la oscuridad de la colonia secreta, escondida.

Así pasaron los años, los niños fueron creciendo. También los árboles del huerto, dando sombra a la alberca, rodeando el diminuto agujero. Pero entre las raíces y la puerta siempre el cemento, y el hormiguero nunca cambiaba. Nevaba, helaba, granizaba, y siempre seguía allí la misma grieta; estratégicamente situada, no se resquebrajaba, ni menguaba ni se hacía más grande.

Con los años los críos ya eran adolescentes. Pasó lo que fuera que pasase y se desvincularon de aquel lugar, se desligaron. Nunca dejó de ser un sitio importante para ellos: la alberca, el huerto, el hormiguero. Pero algo se había roto entre ellos y ya nada sería lo mismo. Un pequeño refugio al que volver pero ya no la brasa encendida en el corazón que había sido; en su infancia, la ilimitada llanura siempre dentro de ellos, los formidables atardeceres ardiendo en lo profundo de sus pechos.

Un día se enteraron de que el lugar había sido reformado, y que los obreros habían cambiado el suelo de cemento por una alfombra de losas más bonita y más cómoda. Los bordes de la alberca habían sido remozados para convertirla en piscina, y se habían añadido en el entorno rosales, setos, aromáticas.

El terreno estaba precioso: desaparecido el huerto, todo alrededor hervía de frutales florecidos y arbustos estrellados de blanco, verde, azul, violeta. Los niños, que ya eran adolescentes, vieron todo aquello un tiempo después y les gustó. También comprobaron que el viejo hormiguero había desaparecido; removido por la taladradora y sepultado después por las losas de falsa piedra pulida. Les apenó, pero no le dieron mayor importancia y ninguno lo comentó.

Fue más adelante, cuando ya eran hombres, que algunos de ellos volvieron a pensar en el tema. ¿Cómo de grande debía llegar a ser el hormiguero? Durante tantos años, abierto al mundo a través de aquella diminuta boca, la colonia tenía asegurado el refugio. Quizá ocupase toda la base de la alberca y aun más. Realmente, pensaban, el nido en sí mismo seguía existiendo; la puerta era lo que había sido destruido, pero no la colmena, que bullía en la tierra profunda, lejos de las máquinas y del tiempo. Pero esa puerta, esa diminuta grieta en su memoria era ahora sólo un recuerdo.

¿Qué forma tenía? Ahora ya sólo podían dibujarla en su pensamiento; en tantos años, nunca se les ocurrió fotografiarla. Se les aparecía como una sombra en la mente, el agujero perfectamente grabado en el recuerdo, igual que había existido excavado en el asfalto. El agujero oscuro que conducía a las entrañas mismas de la tierra. Realmente, ¿qué era? Nunca había existido aquel hormiguero, el hormiguero. Quién podía imaginar el vértigo de corredores y de túneles, cuántas veces había variado su disposición, su estructura. Cuántos millones de hormigas habían habitado aquella ciudad secreta en sus vidas fugaces, nacido y muerto y servido de alimento o de argamasa.

El hormiguero, la huerta. El recuerdo y el refugio, y los dos eran lo mismo. Uno, removido por las máquinas entre los cascotes de cemento, destruido. Otro, desdibujado por la vida, por el tiempo, por las personas que iban y venían, por los acontecimientos. Poco a poco cada uno se fue alejando cada vez más del lugar, que fue siempre un sitio al que volver, pero en la distancia lejana del pasado y la infancia. Era el terreno que perdieron: el lugar imborrable de la niñez, la perfección, la felicidad inexplicable de no tener futuro.

Pero el futuro fue viniendo y volviéndose en presente, y las ramas perdían sus hojas y cambiaban las flores como pasaban las sesiones. Y las personas fueron cayendo como se desmigaban las copas de los árboles en estaciones; e igual que brotaban nuevas hierbas en lugares diferentes nacían otras personas que sustituían a los viejos.

Una brasa que ardía y poco a poco se apagaba, y en torno a ella siempre una oscuridad cada vez más grande dentro de una persona más pequeña. Un recuerdo que palpitaba, débilmente, acompañando algunas vidas hasta el ocaso de sus días.

El atardecer dentro, iluminando la memoria. Un recuerdo insignificante... pequeño como eran las personas, grande como era para ellas. La vida giraba dejando atrás un hormiguero, y uno de esos niños que eran hombres lo recordaba y se preguntaba cuántos otros millones de pequeños tontos recuerdos serían los que formarían las vidas ajenas. Todas las vidas humanas hechas de cosas triviales como aquella colonia de hormigas, como aquellos veranos de huerta.

Recuerdos pequeños, vidas insignificantes. Cosas importantes, como el hormiguero, la huerta.

16.12.10

Lluvia

- Por qué... por qué...

Una mañana más, después del almuerzo. Dar unas vueltas, remover un poco la tierra... El almuerzo con lo mínimo de lo más pobre que les quedaba. El horizonte vibraba sin parar. La tierra rota, como una escombrera inmensa en forma de corazón. En medio los pequeños cortijos apiñados, haciendo aldea.

Y vuelven a salir, una y otra vez. Mirando al cielo azulísimo, como pensando que algo fuese a cambiar porque no paremos de revisarlo.

- ¿Por qué, por qué no cae ni una gota de lluvia? ¿Va a durar esta sequía eternamente?

15.12.10

Podemos morir

Hace poco supe de una historia absolutamente espantosa. Una mujer que conozco perdió a su marido de la forma más escalofriante. Al parecer, el hombre pasó un fin de semana encontrándose algo mal; tenía malestar general y dolor de tripa, pero nada peor que cualquier constipado.

Al llegar el lunes fue al médico, para que le recetase algún fármaco, y a los tres días murió. El doctor, en el momento de la consulta, ya había advertido con gravedad que aquella dolencia tendría el peor desenlace.

No es difícil imaginar hasta qué punto debió quedar el matrimonio tan abatido como sorprendido y aterrorizado. Vas al médico tranquilamente pensando que tienes "malestar general" y vuelves a tu casa sabiendo que vas a morir.

No recuerdo qué me contaron que era, pero sí que no era cáncer. Era un tipo de fallo orgánico; algo dejó de funcionar en su cuerpo o quizá algún cable importante se rompió.

Hoy, no sé por qué, estaba reflexionando sobre el tema. Nadie pensaría que va a morir por un poco de mal cuerpo un fin de semana cualquiera. A este lado del mundo hemos creado un nivel tan elevado de bienestar, y disfrutamos - gracias a Dios - de unos avances sanitarios tan grandes que poco a poco vamos perdiendo conciencia de la posibilidad de la muerte.

Parece que hoy día sólo se aceptan como seguras tres posibilidades: accidente, vejez o cáncer. Se diría que, si no es esto o algo igual de terrible, nada puede matarnos. Para que me entendáis, ninguno pensamos que podamos morir "porque sí". Y sí podemos.
Hay gente que muere porque sí. Porque somos débiles, somos frágiles, somos carne y huesos y estamos sujetos a millones de tipos de enfermedades, plagas e infecciones que existen en el mundo, mil cosas que nos pueden matar.

Nuestro cuerpo no es un ordenador que podamos formatear ni un coche al que le vayan a cambiar las piezas. Es sangre latiendo y es tan vulnerable y tan etéreo como un copo de nieve en medio de una tormenta.

8.12.10

Estás loca

Estás loca. Loca de remate. Realmente pienso que tienes un problema, un desequilibrio mental. Algo no funciona en tu cabeza.

Estás loca, loca de verdad. Enferma. Desde que te conocí lo sospechaba. Al principio sólo era una vaga intuición; ahora es certeza. Loca de remate.

Lo sé, y es espantoso. Da miedo. Es terrible saber que estás completamente loca y, sin embargo, no poder dejar de amarte.

6.12.10

Búsqueda

Después de haber hecho su trabajo desde el inicio de los tiempos, durante milenios cercenando la vida, parando el tiempo como siega la hoz la hierba alta. No le gustaba demasiado pensar en nada, reflexionar ni ninguna de esas otras cosas - de haber sido así, su tarea se hubiese hecho muy difícil -. Simplemente cumplía su cometido en el momento en que debía y nada más.

Pero a veces, en los momentos ociosos, la Muerte cavilaba. Y siempre se preguntaba lo mismo: ¿por qué me buscan?

De entre todas las criaturas, animales, plantas o de otro tipo, a lo largo y ancho de todo el Universo. De todos los seres que conocía tan bien - pues nada más íntimo que la oscuridad de la muerte -, precisamente los hombres le llamaban la atención. ¿Por qué vienen a mí, por qué me persiguen? ¿Por qué indagan en el mar y en la tierra intentando encontrarme y sin descansar, anhelando cruzarse conmigo aunque sólo sea un instante, lo justo para intentar mirarme a los ojos?

Todos me huyen, y ellos no. Todos me temen, y ellos también. Pero por alguna razón incomprensible, al mismo tiempo me buscan.

5.12.10

[15]

Pensaba decir algo bonito, pero en vez de eso sólo masculló: "no quiero ni pensar el dinero que me he gastado en ti esta noche".