5.7.13

Cangrejos

En uno de mis sueños yo estaba dentro del mar y el cuerpo de alguien caía al agua junto a mí. No tenía vida, así que se quedaba allí quieto, suspendido entre la arena del fondo y las olas de la superficie. De repente, cinco mil cangrejos pequeños se acercaron nadando hacia él como un enjambre. Eran los cangrejos más extraños que nunca había visto: de color gris ceniza, pero con el mismo brillo plateado que el sol arranca al aluminio.

Gracias a la luz del día pude ver claramente cómo la flotilla de crustáceos rodeaba el cuerpo exangüe de aquel hombre y le arrancaba mordisquitos de carne con empeño, utilizando sus eficientes pinzas. Una bruma rosa como el humo fantasmal de las bengalas salía del cadáver, por todas partes: en los tobillos, en las muñecas, en el tronco. Pronto el cuerpo estuvo envuelto en aquella nube sangrienta, y al cabo de un rato apreciaba cómo faltaba más y más de aquel individuo: se iban borrando sus piernas, sus brazos, sus orejas; como si los cangrejitos fueran laboriosos obreros desmontando sin pausa un viejo edificio, arrancando las ventanas, desarmando las vigas.

Cuando ya sólo quedaban el torso y parte de los hombros, giró sobre sí mismo empujado por la corriente y clavó en mí sus ojos sin párpados, sin pupilas, totalmente blancos. Salían aún burbujitas de su boca entornada y muerta, cuyos labios ya empezaban a desguazar los industriosos crustáceos.

Allí me quedé yo, suspendido en el agua, observando cómo los insólitos animales correteaban por su cuerpo y el cadáver me miraba sin mirar, deshaciéndose en silencio.