30.6.10

Pánico

Estoy en una casa en medio del desierto. Amanece. El color es de un azul oscuro, plomizo, se escuchan los cantos de algunos pájaros. No puedo creerlo, no puedo creerlo. Después de todas las noches interminables, en las que sólo puedo recordar el terror, el terror intenso, puro y brutal, el pánico. Un sonido mecánico a mi alrededor. Y el miedo, ¿por qué?

Sólo puedo recordar el miedo insoportable, el miedo que me provoca no comprender, no entender nada, no saber quién coño está detrás de todo esto. ¿Qué sentido tiene?

Pánico, y esperar. Desplazarme sin moverme un segundo de mi sitio, como un engranaje de la máquina recorriendo el laberinto y esperando, esperando... La luz, la luz. Se terminó la soledad, por fin, y ya dará igual entender o no. Tú, ahí, calor. Y la luz... La luz también es el miedo, pero otro distinto.

Dejar atrás el agujero, la oscuridad, el metal, las toneladas y toneladas de pánico concentrado y de ningún modo saber qué mierda era todo aquello. Y delante la luz, frescor de aire libre, azul intenso de cielo. Y la recompensa: estupidez humana ilimitada. Es una libertad dudosa, dentro y fuera: pánico.

15.6.10

El vicioso

Aquella noche, cuando llegó a la taberna más concurrida de la banlieue, el profesor se sorprendió al encontrar a un tipo que bebía solo en una de las mesas mientras lloraba amargamente.

Caminó a través del espacio penumbroso, mal iluminado de luces rojizas, hasta que llegó a su encuentro. Era un hombre joven tirando a maduro, de pelo no muy largo algo revuelto, barba mal afeitada y mirada ojerosa. No paraba de sorbitar mientras daba vueltas a su copa entre los dedos.

El profesor echó un vistazo en derredor, al ambiente cuajado de rostros amenazantes, pieles custridas, sexo insano y voces agresivas. Luego arrastró la silla y se sentó junto a aquel personaje.

- ¿Qué le pasa a usted, amigo? – preguntó tras pedir una botella de vino y dos vasos.

- Qué voy a hacer, dígame usted, qué puedo hacer yo… - lloraba el hombre.

- ¿Tiene usted algún problema? – insistió el profesor.

- Usted verá, mi querido amigo, lo que pasa es que yo soy un bohemio…

- Entiendo, un artista incomprendido, tal vez…

- No, no, no me malinterprete usted… Cuando se repartieron las almas a mí me tocó lo peor que había… Recuerdo que estaba allí y me dijeron: lascivia, pereza, egoísmo, arrogancia, vicios sexuales enfermizos, adicciones, alcoholismo, mentira, autodestrucción… todo eso para ti.

- ¿Eso le dijeron?

- Eso me tocó en el reparto, amigo mío – contestaba el tipo sin dejar de llorar.

- Vaya – carraspeó el profesor – comprendo que le vaya mal a usted, mi querido colega, con semejante catálogo…

- Pero no se confunda, señor, tampoco me fue mal… Al repartir los vicios me dieron también algunos dones: creatividad, imaginación, bondad oculta, inteligencia, ponderación… para contrapesar lo negativo, dijeron…

- Entiendo, ¿y dónde está el problema?

- Fui una persona de marcados contrastes, e hice un puñado de buenas grandes cosas… Pero mi parte viciosa fue siempre más fuerte, autodestructivo, oscuro, marginal, antisocial… ¡le digo que soy un bohemio!

- Entiendo, y ahí empezó a torcerse todo…

- Qué va, qué va… ¡yo era feliz! Así fue como me hicieron, estaba todo pactado, ¿no? Yo seguí hundiéndome en mi pozo, descendía a los infiernos, autodestruyéndome cada vez más, lujurias de todo tipo, drogas, soledad, marginación…

- Comprendo…

- No, no, no lo comprende… Sencillamente, el mundo se fue derrumbando a mi alrededor… Comprobé que la gente también se autodestruía. Violencia, drogas, contrabando, libertinaje por todas partes… Pronto todo se convirtió en una verdadera sodomía, una bacanal sin descanso alguno…

- Entiendo, esta decadencia que nos afecta a todos… Quedamos unos pocos que nos lamentamos de semejante degradación, es esto lo que le preocupa, ¿verdad, amigo? La ética…

- No, no… Eso no me preocupa en absoluto… - replicó el bohemio – Simplemente, si todo el mundo es vicioso… ¿Qué sentido tengo yo? Si nadie tiene moral ni escrúpulos, si cada cual se autodestruye y baja los infiernos, ¿Qué lugar me quedará? ¿Qué razón tendré?

Confuso, el profesor se incorporó frente a su compañero y dio un trago a la botella. Encendió un cigarrillo y escupió el humo a los rincones, y cuando volvió a su contertulio este hundía la cara entre las manos y lloraba, lloraba amargamente.

- Si todo el mundo lo es… ¿Qué será de mi? ¿Qué voy a hacer yo…?

13.6.10

Los fantasmas

Hoy quería quererte un poco más. Pasé las horas muertas en las calles bebiendo mi propio dolor embotellado. Cuando volvía de los bares podía ver tu cuerpo en los neones, escuchaba tu voz en el rozar de los coches contra el suelo. Mojado...

Luego en mi casa solitaria, en la habitación que da a la calle porque me da miedo la profundidad. Pensando en ti en medio de la calima sofocante, asfixiado, el vapor de las lluvias sobre el asfalto ardiente emborrachándome, emborrachándome.

Hoy quería quererte y te buscaba en mi pensamiento, y sonreía de soñarte y desearte. Pero entonces los fantasmas que hay debajo de mi cama se revuelven y vienen a atormentarme, como cada noche. Me hablan. Me dicen cosas.

He estado hablando con la verdad, me dicen. Y me recuerdan: "¿qué piensas? ¿Que será para siempre? ¿Que va a funcionar? No, no...". Dejadme en paz, pero ellos nunca se rinden: "¿no sabes que al final sólo hay soledad y amargura? ¿No lo sabes?".
Calláos, les digo, pero insisten, no se callan, para eso somos fantasmas, es nuestro oficio, es lo que hacemos. "¿No sabes que sólo queda el dolor, el dolor y la angustia? ¿No sabes que todo serán lágrimas? ¿Pena? ¿Desencanto?".
¡Dejadme en paz, fuera, fuera! Pero no se callan... "¿no sabes que te convertirás en uno de nosotros? ¿Que serás también un fantasma? ¿De qué crees que estamos hechos? ¡Recuerdos, ilusiones perdidas, sueños rotos! ¡Somos tiempo, somos el tiempo que te espera!".

Quería quererte un poco más, esta noche, pero cuando extiendo el brazo en la oscuridad, para tocar tu cuerpo, entonces una mano me toma del hombro y me arrastra, me arrastra... con los fantasmas, al oscuro lugar en que viven en las tinieblas, al desconocido lugar al que todos iremos.

Regalarte

Hoy me quiero ir. Hoy me quiero ir, no puede estar sin ti otra noche más mi sucio corazón. Ya no puede ser, no puede ser...

Me quiero ir, pero quiero marcharme regalándote, dejándote un paquete con todo mi dolor, sacarlo a tirones de mi pecho abierto y entregártelo, para que lo tengas, para que lo sientas, para que lo vivas de por vida.

Quiero abandonarme y dejarme llevar, irme a ese lugar que nadie conoce, y quiero que me recuerdes por mi herida desangrada, profunda, latente.

Quiero regalarte todo mi dolor para que no lo sueltes nunca, sencillamente porque en mi adiós he de dejarte un pedazo de mí, de lo que soy en lo profundo.

¿Y qué otra cosa soy sino dolor? Sólo dolor. Qué otra cosa soy...

12.6.10

Lo que hicieron

Al momento todos [los españoles] acuchillan, alancean a la gente y les dan tajos, con las espadas los hieren. A algunos les acometieron por detrás; inmediatamente cayeron por tierra dispersas sus entrañas. A otros les desgarraron la cabeza: les rebanaron la cabeza, enteramente hecha trizas quedó su cabeza.

Pero a otros les dieron tajos en los hombros: hechos grietas, desgarrados quedaron sus cuerpos. A aquéllos hieren en los muslos, a éstos en las pantorrillas, a los de más allá en pleno abdomen. Todas las entrañas cayeron por tierra y había algunos que aún en vano corrían: iban arrastrando los intestinos y parecían enredarse los pies en ellos. Anhelosos de ponerse en salvo, no hallaban a donde dirigirse.

Bernardino de Sahagún, sobre la Matanza de Tóxcatl.

11.6.10

Hacer lo correcto

Hoy he frenado en un paso de peatones en el que nadie suele hacerlo. El tipo que esperaba se ha quedado sorprendido y luego me ha saludado mientras cruzaba.

Parar en los pasos de cebra sin semáforo es una de esas cosas que nadie suele hacer porque tampoco nada te obliga, salvo tu propia conciencia personal. Algo parecido a tirar los papeles a la papelera o dar los buenos días al entrar a un comercio.

Cuando hago bien este tipo de cosas siempre me dicen que soy tonto o directamente: "¿qué ganas con eso?". Bueno, hoy este tipo me ha sonreído, yo he sonreído y me he ido de allí con algo de mejor humor. Parece una tontería, pero ya es más que sentirse tonto por hacer lo correcto y estar siempre disgustado.

10.6.10

[10]

El mundo es un teatro donde los dioses y los demonios se entretienen observando los descalabros del hombre. Hay quien puede vivir sorteando los envites agresivos de la corrupción, esquivando las consecuencias de su propia depravación, degradándose, siendo libre, enterrándose y pensando por un segundo que algo en el cielo le ayudará, que obtendrá el perdón, que podrá descansar, que cambiarán las cosas.

Un instante de esperanza en un océano de hastío y luego de repente, sin esperarlo, abrir de improviso la puerta más cerrada de la desesperación, conocer un nivel aún más escondido del dolor, a cotas nunca antes imaginadas, a un extremo que enloquecería al mismo diablo en el corazón profundo del infierno.

Ahora la tiene ante sí, descarnada, desnuda, eterna, inevitable, la verdad. La verdad. Y por fin siente el dolor, a una capacidad que antes no podía ser ni en su enfermiza imaginación. Entendió que los hombres no valen nada, la mentira de la hermandad, el porqué de las separaciones insalvables, de las escalas entre unos y otros, del abismo que les distancia.

Encontró el castigo que los dioses, engañosos, le tenían reservado, después de brindarle la esperanza mediante las señales falsarias del diablo.
Ellos siguen divirtiéndose mientras envían desde el cielo los elementos con que, en una ininterrumpida lluvia, atormentan a los hombres: esperanza, ilusión, amor. Mentira.

Ahora se hundirá en el pozo, caerá a la oscuridad y de allí no saldrá nunca, enterrado por siempre, hundiéndose cada vez más, en una espiral decadente hasta que compruebe que solo los vapores del alcohol le permitirán olvidar un segundo y no sentir y sufrir un poco menos mientras espera la única liberación posible del tormento agónico, la muerte. Y así cumplió el destino que le aguarda a todos los hombres, sin esperanza.

Mundo

Se enciende la luz y aparece ante mí un mundo diminuto, siete reinos enfrentados, eternamente, sin descansar. Sus pequeñas ciudades, castillos, fábricas y mercados, la gente yendo y viniendo, artesanos, albañiles y funcionarios, curtidos guerreros, tropas arrastrando catapultas y venablos, cañones, balistas.

Ahora soy Dios, les miro desde arriba, tan pequeños, minúsculos, y yo con un dedo invisible les controlo, con mi pensamiento. Puedo decirles dónde ir, qué hacer, qué ser. Elijo dónde viven, incluso si viven o mueren. Porque yo creo su existencia y la suprimo, hago y deshago las guerras. Con las guerras deshago su mundo. Para mí son sólo números, marionetas, objetos inertes que respiran apenas un instante y luego se desintegran en una explosión. Desde lo alto de mi pedestal negro me pregunto: ¿qué pensaran? ¿Qué sentirán?

Porque ellos son. Y como son, también pueden morir, y sufrir, y soñar, y anhelar un día más en su mundo ridículo y brillante mientras yo dirijo con mis dedos de aire lo que les ha de ocurrir. Soy Dios, y no conozco ni a la mitad de ellos, ni me importa su dolor ni lo que les vaya a pasar. Me imploran sin saber quién soy ni que siquiera existo pero yo no escucho. Y continúo haciendo que los siete reinos se tambaleen mientras construyo un imperio como nunca hubo ni habrá otra vez.

Y durante una hora en la que estamos cara a cara mi mundo perfecto y yo, en el que soy Dios, en el que puedo elegir, durante esa hora logro olvidar, imagino que no estoy, que no soy. Durante esa hora yo tampoco existo para nadie y eso me gusta y realmente me hace sentir poderoso, porque en aquella soledad dormida, indescriptible, nada puede hacerme daño. Ni siquiera mis propios recuerdos logran tocarme porque en el tiempo que dura mi universo nada existe para mí.

Pero luego de repente todo se apaga, llega el apocalipsis, el negro fin de los tiempos para la gente diminuta a la que igual que creé, destruí porque sencillamente dejé de mirarla y pensar en ella. Desaparecen. Ya no son, y todo su mundo se lo ha comido una oscuridad que nadie lograría ni tan siquiera intuir.

Y entonces apareces tú como una luz en la negrura, una luz real y caliente porque no es la luz vacía de la máquina. Y observo tus ojos y en ellos encuentro al verdadero Dios, porque tu sola existencia y tu mirada fija en mí hace que comprenda entusiasmado que yo también soy un insecto, un ser minúsculo y que un Dios por encima me ha enviado la señal misteriosa de dos barcos que se cruzan, por casualidad, en las olas.

9.6.10

En mi corazón

Un día como otro cualquiera dentro de mi corazón. Durante toda la noche los cumplidores desfilaron por el velatorio dando el pésame a los deudos; familiares, amigos y conocidos se pasaban por allí, repartían abrazos y luego se repartían ellos mismos por los corrillos donde charlaban de vaguedades, intercambiaban comentarios vacíos y pasaban buenos ratos regalando unas risas gratas pero incómodas que rompían la asfixiante atmósfera de tristeza.

Cuando el cura terminó su retahíla aburrida y completamente hueca en el templo siniestro el cortejo fúnebre se dirigió al camposanto donde, durante más de media hora, los presentes esperaron a que los albañiles terminasen el tapial de ladrillo antes de sellar la fosa con la lápida y el féretro dentro. Hacía un sol abrasador y se escuchaba el murmullo discreto de la concurrencia mientras los deudos miraban con mirada perdida y los fumadores apartados entre las cruces consumían un cigarrillo silencioso.

Uno de ellos se dio un paseo entre las tumbas de aquel imaginario cementerio y fue leyendo con templanza las leyendas dolorosas: "la Ilusión"; "la Felicidad"; "la Alegría"; "el Amor"; "la Amistad". Descanse en paz, que Dios te tenga en su Gloria, que la tierra te sea leve. Que la paz del Señor venga sobre ti.

En los últimos momentos antes de que los obreros acabasen de cerrar el mausoleo un anciano con boina que paseaba con las manos a la espalda, de vuelta de poner unas flores a sus sueños de niñez se acercó al fumador empedernido y le preguntó a quién se despedía. "Hoy ha muerto la Esperanza", contestó el tipo mientras daba las últimas caladas.

[9]

Nadie puede ayudarme a llevar esta cruz, nadie me podrá acompañar en esta tribulación. Sólo quiero que me destruyas, buscarte a ciegas en la oscuridad, entre las olas, casi pensar que puedo romper el invisible mar que nos separa y ser tuyo, sin que nada más me ate, que me lleves de la mano escalera abajo hasta las habitaciones misteriosas del infierno y estallar, romperme, volar, volar y luego repartirme sereno y silencioso en la nube donde no soy nada y nadie puede verme.

Me haces pensar que vale algo el fracaso insultante que soy, la derrota irremediable de mis días tienen sentido y será por eso que te pertenezco desde siempre o quizá pertenezco sólo a lo que crees que soy, amo sólo lo que creo que eres.

Quiero que seas eternidad, imaginar que nunca te perderé, emborracharme un momento otra vez con esa falsa esperanza y sentir por unos segundos, los instantes preciosos de la erupción que he dejado de ser la peor persona que vivió en este mundo.

Domíname, vénceme, atrápame y átame con la enredadera del vicio y luego sácame por fin de las tinieblas en las que nado para arrastrarme a la luz, a la luz cegadora y blanquísima, haz que los cimientos de la realidad se tambaleen otra vez mientras hago el amor con lo que imagino que eres.