24.9.11

Entre las manos

Estaba a punto de desesperar. Ya llegaba el ocaso. Al fondo, el cielo estaba naranja; reflejándose en el agua tranquila, todo se incendiaba de rojos y granates y la noche cercana y fresca parecía asfixiarlo todo. Esto aumentaba su ansiedad.

Lo había rozado varias veces. Lo había tocado con la punta de los dedos. Incluso había llegado a tenerlo entre las manos; pero se había escurrido como si también fuese de agua.

El río estaba tranquilo, cenagoso. Algunos habían estado gran parte de la tarde mirando, pero lo habían dejado solo. Hoy le tocaba a él.

A veces se servía del arpón. A otro rato lo perseguía a través de la ribera. En ocasiones llegaba a tropezar o a pisar donde no tocaba fondo; se hundía. Hubo un par de momentos en que no veía la superficie y sentía miedo; entonces le parecía enredarse en un millar de algas vivas que le atrapaban con fuerza y malas intenciones, y sentía que un enjambre de peces furiosos se le abalanzaba y le arrancaba los ojos y la carne. Pero luego pisaba seguro en alguna roca resbaladiza y lograba subir, tropezándose, al aire libre; todo volvía a estar en calma.

El cielo ya estaba lila y violeta cuando volvió a ver el banco claramente. Sería la última vez que pudiera hacerlo porque después estaría demasiado oscuro; entonces se encontraría en las tinieblas y ya no podría saber dónde se hallaba su objetivo salvo por las ráfagas que le rozaban los pies de vez en cuando. Pero, ¿hacia dónde lanzar el arpón? ¿Dónde hundir las manos como centellas?

Fue en su última oportunidad que se abalanzó contra ellos disparando el arpón. Sin saber de dónde le venía la determinación tomaba el arma antes de que se clavase en el fango y la arrancaba, y con el mismo impulso la volvía a ensartar. Repitió la operación varias veces persiguiendo al más grande.

Finalmente, con los ojos certeros, saltó y cayó cuan largo era sobre el agua, justo encima del banco. Los peces se dispersaron a un lado y a otro cuando lo vieron venir; pero, al levantarse, vio que frente a sí el arpón se mantenía vertical sobre el suelo. Casi quieto, presa sólo de un leve temblor.

Lo arrancó blandamente del agua y alzó hacia el cielo el pez que se contoneaba violentamente atravesado por la afilada punta de espina. No era el más grande.

Ni siquiera era grande, pero no importaba.

Cuando regresó al poblado todos dieron palmas y cantaron con entusiasmo. La tribu cenaría aquella noche.

8 comentarios:

  1. Buenas Lunas Javier

    Es fantastico..!!! con un final sorprendente,la cena de una tribu, maravilloso....

    Mi beso para ti desde la oscuridad.

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  2. ¡Hola Eva!

    Me alegro de que te gustase, y muchas gracias a ti por leerme.

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  3. No es por ti... pero no me gustan las historias de barcos, mares y arpones... Demasiado oleaje.

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  4. ¿Un escrito optimista? ¿Tuyo? Sorprendida estoy! XD Me ha gustado :-D Besos!!!

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  5. Más bien costumbrista... xD

    ¡Besos!

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