30.7.10

Traición

Se despertó en mitad de la noche, notando cómo un dedo llamaba su atención tocándole con insistencia en el hombro. Abrió los ojos parpadeando varias veces y miró a su alrededor: la luz estaba prendida. Lo vio todo borroso y confuso y bostezó, y cuando se aclaró su mirada encontró frente a sí un puño cerrado dirigiéndose a sus ojos. El impacto fue brutal.

- ¿Qué coño...? - se preguntó.

Fue a frotarse la nariz dolorida y comprobó entonces algo incomprensible: ¡no tenía manos! Miró en sus muñecas el lugar donde debían encontrarse y sólo halló un corte vacío e imposible.

- ¡Santo... Cristo!

Luego miró a su alrededor, respirando ahogadamente, nervioso, jadeante, y finalmente dio con las manos rebeldes. Una junto a la otra, encima de la mesita, sobre la muñeca y sobre los dedos le miraban y le amenazaban. Pero, ¿era posible? ¿Qué sostenían entre las dos? ¡Era la cuerda de la ducha! Con diabólicas intenciones la habían arrancado de su sitio y habían hecho un lazo con ella, y ahora pretendían, sin duda, estrangularle.
Él, instintivamente, cogió la lámpara como pudo entre sus codos y la lanzó contra la mesita. Las manos, velozmente, saltaron de allí y se pusieron a cubierto, pero sin soltar el cordel de la ducha. El tipo corrió hacia ellas e intentó darles patadas, pero ellas fueron más rápidas y treparon por sus piernas hasta sus hombros. Entonces lograron encasquetarle el lazo del cordón en la cabeza. Una sujetándole el cuello y la otra tirando hacia su cintura empezaron a asfixiarle.

- ¡Hijas... de... puta...! - balbucía él.

Revolviéndose violentamente se dio golpes contra toda la habitación, pero ellas eran testarudas. Pronto todos los muebles y decoración estaban esparcidos por el suelo: las cortinas rotas, la tele volcada, el teléfono descolgado. ¡Tenía que pedir ayuda!

- ¡Socorro! - gritaba.

Finalmente sus convulsiones lograron liberarle, y por un segundo una de sus manos cayó al suelo y aprovechó para patearla, lanzándola violentamente contra el techo. Se quedó la extremidad un segundo en el suelo, aturdida.
Él se derrumbó pesadamente junto a la puerta del balcón y, tras resollar unos segundos, empezó a gatear hacia la calle para pedir ayuda.

- ¡Auxilio! - gritó cuando tenía medio cuerpo en la terraza. Escuchaba el murmullo de los coches abajo, en la calzada.

Pero entonces sucedió lo impensable. Algo invisible parecía tirar de sus labios, como un anzuelo imaginario que los hubiese atrapado y unas manos fantasmales que carretearan hacia la negrura de la noche. Y de repente como el ¡plop! de una botella de refresco su boca se separó de su rostro. Empezó a ver sus labios revolotear por aquí y por allá como una mariposa enloquecida.

- ¿Cómo vas a pedir ayuda ahora, imbécil? - exclamaron.

Él quiso replicar, furioso, pero sólo un mugido surgió de sus cuerdas vocales. Donde había tenido sus necesitados labios había ahora sólo un oscuro agujero. Quiso palparlo, pero no tenía manos. Entonces reaccionó.

Con tal velocidad que sólo podía surgir de su miedo y de su rabia se levantó y, localizando a la mano que tenía la cuerda de la ducha, le dio una bestial patada. Cuando estuvieron los dedos lánguidos derribados en el suelo tomó, con los pies descalzos, el cordón asesino y lo lió alocadamente en su brazo manco. Luego coló la lámpara en el lazo y tiró, cerrando el nudo.
Utilizando aquella improvisada maza comenzó a golpear alrededor: a las manos furiosas que se cerraban y le daban constantes puñetazos y a la boca díscola y traidora que intentaba morderle donde podía.
Pero parecía que lograría escapar, si aguantaba sólo... ¿pero, qué? Otro ¡plop! y de repente eran sus ojos los que salían de sus órbitas y caían rodando por el suelo, bajo la cama, como pelotas de goma. No podía verlos pero precisamente, por su inesperada ceguera, imaginaba lo que había ocurrido. Y vinieron a confirmárselo sus labios:

- ¿Cómo nos vas atizar ahora, ciego imbécil?

El tipo, desesperado, cayó al suelo y con los brazos intentó cubrirse de los golpes que le acosaban. Volvió a intentar ganar el balcón para pedir ayuda o quizá tirarse, en una huida suicida y desesperada. Gateó como buenamente pudo guiándose sólo por el rumor del tráfico que entraba por la terraza. Cuando sintió en su cara dolorida el frío de la noche que golpeaba en una brisa silenciosa supo que llegaba a su objetivo.
Pero, ¡ah, desgracia! En aquel momento fueron sus pies los que le traicionaron. Empezaron a darle patadas pero el tipo no se rendía, y pronto sintió con sus brazos inservibles el tacto de los barrotes del balcón. Con muchísima dificultad empezó a incorporarse sobre ellos con el objetivo de agitar sus extremidades para que alguien le viera y solicitase ayuda. Pero era tarde.

Con una patada certera en su trasero uno de los pies logró que saltase sobre los barrotes y cayese rápidamente a la calle, donde se destrozó en el asfalto. Desde su atalaya triunfal, manos, pies, ojos y boca empezaron a saltar de alegría celebrando el efectivo éxito de su traición.
Sólo entonces la gente que caminaba en la acera, impactada, se acercó al cadáver y vio algo que no podían creer: piernas y brazos, barriga y orejas, nariz, todas las partes de su cuerpo se separaron en un segundo y comenzaron a corretear, sólo para temblar doloridas un instante y luego, entre estertores, morir; afectadas, seguramente, por la brutal caída.

4 comentarios:

  1. Habiendo leído muy poquito de Kafka, me recuerda bastante a su estilo... Circunstancias opresivas, pero no sin cierta dosis de gracia al contarlas...

    Lo de los ojos me ha dolido... XD Besos!!

    ResponderEliminar
  2. xD ¿por qué los ojos? Me alegro que te gustara, aunque no pueda compararme a Kafka.

    ¡besos!

    ResponderEliminar
  3. Fobias, ya sabes... XD Todo lo que tenga que ver con cosas metiéndose en los ojos u ojos saliéndose de sus cuencas me da una grima importante... XD

    No seas modesto ;-) Besos!!

    ResponderEliminar
  4. xD ok entiendo... Bueno, no es modestia, es realismo... Kafka es Kafka... jeje.

    ¡besos!

    ResponderEliminar

Háblame.