9.7.11

El grito en las montañas

Ya era de noche, pero aún había luz. El cielo era de un azul intenso, potente, que llenaba los ojos. Contra él se recortaba la silueta negra de las montañas al pie de las cuales se extendía la pradera.

Una voz llegaba desde las primeras lomas, acompañada por el sonido de unos pasos desesperados y un jadeo entrecortado.

- ¡Ya viene, ya viene! - exclamaba - ¡Viene la bestia! ¡La bestia!

Los pasos se hicieron más apresurados y, si en algún momento parecía que la voz era la de un loco, el ruido de unos gruñidos ansiosos demostró que no. Pronto un bramido ensordecedor vino a tapar los gritos; los aldeanos, que estaban acostumbrados al aullido de los lobos y el berrido de los ciervos, sabía que eso no era de este mundo. Un sonido que parecía venir de las mismas profundidades de los acuíferos ocultos de los cuales, con sus pozos, sacaban el agua con que regaban sus tierras.

- ¡Socorro! - seguía llamando la voz - ¡Va a alcanzarme! ¡Me va a atrapar!

El trajín de un trote que cada vez iba más rápido, que era ya galope, impaciente, anhelante, vino a confirmar esta idea. Pero ya se veían las casas más cercanas, sombras cremosas contra el cielo tan azul, las ventanas encendidas como rasgones luminosos en un papel invisible.

- ¡Ayudadme! - suplicaba - ¡Auxilio!

Y si hubo un sonido capaz de tapar aquellos gritos fue sólo el concierto de cerrojos, pasadores y pestillos al cerrarse. Las persianas enrolladas que se bajaban de golpe, las ventanas de madera golpeando en sus troneras, las trabas gruesas atrancando las portadas de los corralones. Luego, el silencio precedido por las luces que se apagaban apresuradamente como velas que hubiese soplado algún dios de las montañas.

- ¡Abridme! - pedía la voz una última vez - ¡Ayudadme, por amor del Cielo!

El último remanente de sol se escondió por fin tras la serranía y aquel azul poderoso se esfumó para dar paso a un negro vacío. Los vecinos no dijeron nada, fingieron no oír que algo se comía a uno de los suyos en mitad de la pradera; pero el sonido de la carne al romperse y la piel rota agitada por el viento - o un aliento monstruoso - era terriblemente descriptiva.

Al día siguiente el río arrastró un agua roja hasta los caseríos de la llanura. Denunciando el origen de los gritos que resonaron, hasta la madrugada, de pico en pico por toda la comarca de Sierra Morena.

7 comentarios:

  1. Y por suerte o desgracia, el ser humano es egoista por naturaleza.

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  2. Muy de hombres "valientes" y de bestias.

    Me gustó.

    Saludos desde el aire

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  3. Confieso que yo tampoco habría tenido valor para ayudarle.

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  4. a mí también me gusta tu texto, el azul que da paso al negro vacío... más allá de inventar historias, todos los sentimientos que se mezclan ahí resultan en muchas ocasiones cotidianos incluso

    un saludo :)

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  5. Tienes razón F, me pregunto cuántos lo harían. Es fácil criticar eso desde fuera, pero en una situación así seguro que muchos nos sorprenderíamos.

    Gracias por leerme Kristel, me alegro que te guste.

    Saludos. ;)

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  6. ¿Y dónde queda lo de "la unión hace la fuerza2? Lógicamente si sólo sale otra persona a defenderle, va a usarle como postre, pero si sale todo el pueblo, la historia cambiaría, ¿no? Besos!!!

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  7. O eso, o se los habría comido a todos con patatas. Quizá el chico deseaba que los demás muriesen también para "solidarizarse". xD

    ¡Besos!

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