12.10.12

Las niñas

De las dos niñas la pequeña apenas estaba aprendiendo a balbucear. La mayor ya sabía hablar perfectamente, pero tenía un miedo terrible a la oscuridad. A la noche en general. No pocas veces despertaba a sus padres de madrugada para pedirles que la dejaran dormir con ella, o para suplicar que fuesen a su cuarto a examinar armarios y ventanas en busca de monstruos. Ogros, duendes, brujas, alienígenas o demonios. Cualquier cosa podía estar debajo de la cama.

A sus padres les había costado sangre y sudor conseguir que se durmiera con la luz apagada. Ya era mayor. Y no convenía que la pequeña se acostumbrase a miedos y fábulas ahora que por fin había dejado su cuna y compartía cuarto con su hermana. Al menos eso decían los psicólogos; también opinaban que la mayor había desatado aquel tipo de inquietudes por alguna clase de celo infantil.

Para conseguir que aceptase la oscuridad, su madre había llegado a una especie de pacto consistente en una exploración de rutina. Había que mirar cada rincón antes de cerrar la puerta y apagar las bombillas.

- ¿Hay algo debajo de la cama? - preguntaba la niña.

- No, no hay nada. - respondía su madre después de agacharse, con un suspiro, y comprobar que ningún trasgo andaba al acecho.

El proceso se repetía con cada rincón de la alcoba. "¿Y el armario? ¿Y los cajones? ¿Y debajo de la mesa? ¿Tras las cortinas? ¿En la ventana? ¿En el tejado de enfrente?". Resultaba agotador, pero el psicólogo opinaba que convenía mantener ese sistema e irlo reduciendo paulatinamente hasta que comprendiese que los monstruos sólo habitaban en su imaginación.

La madre sólo encontraba polvo bajo los muebles y la luz de las farolas al otro lado de la ventana. Suponía que cualquier sombra formada por el brillo de la luna podía parecer un monstruo siniestro ante los ojos de un niño.

- No hay nada, cielo. Lo he mirado bien y requetebién. Duérmete, luz de mi vida. - y le daba un beso en la cabeza.

- Gracias, mamá, buenas noches. - la niña cerraba los ojos y se arrebujaba entre las mantas, con su conejito en los brazos y un gesto de inmenso alivio en la cara.

La madre después cerraba la puerta y se apoyaba un segundo, ya sola en el pasillo, para respirar profundamente. No había alivio en ella; más bien decepción. Cada noche, cuando exploraba el cuarto, hubiera deseado encontrar entre las sombras algún ogro que tomase a las niñas, sin hacer ningún ruido, y se las llevase para siempre muy lejos de allí.

4 comentarios:

  1. Grandioso.

    sebo

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  2. El ogro es la madre. Brillante.

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  3. Interesante relato.
    A mi siempre me han llamado la atención las madres que dicen una cosa y hacen la contraria. Algunas amigas me han contado sus historias con madres ogros.
    Gracias por la visita.
    Un abrazo

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