17.9.10

Mariposas

El campo estaba pleno de luz a mediodía. A ambos lados del camino crecía la hierba altísima, frondosa, repleta de ruidos por el viento intenso, encendida de brillos por el sol caliente.

Entre los tallos y las flores surgió la mariposa volando torpe, grácilmente. Agitaba sus alas con toda la fuerza de que disponía, subía y bajaba y volvía a subir. Quería llegar al sol, al azul inmenso. Quería cruzar el camino y sumergirse en la maleza, en los néctares y pólenes, en las hebras finas y húmedas del matorral mullido, en la selva diminuta y escondida del romero y el tomillo.

Volaba y volaba, era un diminuto cristal blanco que recortaba el negro del suelo reflejando el sol. Lo lograba, lo lograba y recordaba mientras tanto, ¡cuántas noches y mañanas de arrastrarse como oruga en interminables estaciones! Cuántas briznas de hierba devorada, rebuscar de brotes tiernos entre los surcos gigantescos y enterrarse al abrigo del barro oscuro para esconderse de los pájaros.
Qué silencio y quietud y soledad inabarcable en la intimidad como crisálida, tras los años lentísimos de reptar y masticar. El viento golpeando contra el fragilísimo capullo como un recuerdo que una vez soñó, y meses, y meses...

Y luego por fin la libertad. El momento de romper el esqueleto y lentamente extender las alas diminutas, poderosas. Salir volando, nacer otra vez tras morir, pasar una segunda infancia rapidísima creciéndose y jugándose. Con sus compañeras, revoloteando, nadando en la luz lechosa de la mañana, buscando incansable a la hembra en la contrarreloj definitiva. Un tiempo tan breve para volar, después de esperar tanto...

Por fin se dobló el tallo blandamente por el peso de las dos criaturas insignificantes sobre el árbol viejo. El agitar de alas, el voltear de cuerpos en un círculo absurdo y nervioso. Y ya abdomen con abdomen, tórax con tórax, el amor huidizo, secreto, prisoso. Dos desconocidas recién nacidas entre coles, dos desconocidas haciendo el amor entre las flores. Y los vapores embriagantes de los néctares las envolvían. El humor espirituoso de las savias las bañaba.

Recordaba, ¡y volar, volar! Contra el sol, más alto, más alto. Ella seguiría buscando, agotando el tiempo, apurando el suspiro de poder ilimitado que dan las alas tras una vida interminable de arrastrarse entre líquenes y musgos. Volar, volar, el sol atravesando las alas blancas, transparentes, el sol traspasándola como si su cuerpo fuera cristal, puro papel, aire en realidad. El sol, penetrándola, llevándose una parte de ella al suelo negro y duro, repartiéndola en el viento, en el aliento mismo de la Creación... eso es volar, ¡volar!

Volar... y de repente, ¿qué fue? El huracán, un suspiro más, una bocanada de aire como unos labios que se abren para hablar y callar de repente... oscuridad, la caverna.

Volar, volar... es aire, es sólo aire... ¿era un trozo de papel? ¿O era realmente una mariposa lo que vi frente a mí? A unos metros, dejándose llevar...

No puedo creer que realmente haya podido verla... papel...

Las mariposas vuelan al atardecer, apurando el tiempo que se acaba como el sol se pone para ellas. Las mariposas blancas como brasas que se apagan en la inmensidad del firmamento, y en la lejanía se escucha el trueno de un coche oscuro que se aleja.

5 comentarios:

  1. Casi da la impresión de que en algún momento fuiste oruga y luego mariposa.

    Me ha encantado :-D Besos!!!

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  2. Me alegro que te gustase :D ¡bsss!

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  3. Está precioso, de lo mejor que he leído tuyo. Es como si experimentase uno cada momento.

    Bravo!

    Besos!

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  4. No había comentado yo aquí?

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  5. xD sí... es que los comentarios de entradas antiguas tienen moderación.

    Me alegro que te gustase. ;)

    Besos.

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