Después de muchísimos años de estudio, el temerario explorador logró reunir todos los componentes. Leyó hechizos, ejecutó fórmulas y, por supuesto, frotó la antiquísima lámpara sagrada.
No debió pedir lo que pidió, pero el Genio estaba obligado a cumplir cualquier deseo. De forma mágica se vio de repente en el fondo del mar, y comenzó a bucear. Había perdido su sombrero y se embelesaba flotando entre las miles de burbujas que salían de su boca, pero una fuerza sobrenatural le permitía respirar. Casi le cegaba la espuma y en torno a él sólo veía la inmensidad del azul.
Conforme avanzaba fueron sucediéndose profundos cañones submarinos, insondables abismos desconocidos, espesas junglas de algas ondulantes como olas.
Finalmente empezó a revelarse la dimensión de lo fantástico y tras las vastas extensiones de ruinas de naufragios emergieron las ciudades sumergidas, las legendarias tierras de mundos olvidados.
Recorriendo los esqueletos de edificios imposibles el explorador buceaba y buceaba, entre los esqueletos de edificios, sobre las plazas repletas de corales.
Al fin llegó a un lugar donde, entre altísimas columnatas y a una profundidad que sólo se podía imaginar, un pórtico tallado en los más insospechados materiales preciosos del submundo tenía en su centro el cristal de una burbuja. Una claraboya con la imagen que había pedido.
Y allí la vio a ella, con él. El calor del hogar que nunca tuvo y la compañía de sus hijos que no nacieron, el esplendor de la vida que no vivió.
Vio el hueco que siempre tenía en la cama junto a ella, las incontables noches haciendo el amor y la existencia compartida hasta el último suspiro satisfecho.
Se había preguntado cómo hubiera sido, y cuando miraba hacia el cielo intentando encontrar un vestigio de la luz del sol al otro lado de la enormidad comprendió por qué el Genio, lleno de piedad, había accedido a su deseo sólo a regañadientes.
No debió pedir lo que pidió, pero el Genio estaba obligado a cumplir cualquier deseo. De forma mágica se vio de repente en el fondo del mar, y comenzó a bucear. Había perdido su sombrero y se embelesaba flotando entre las miles de burbujas que salían de su boca, pero una fuerza sobrenatural le permitía respirar. Casi le cegaba la espuma y en torno a él sólo veía la inmensidad del azul.
Conforme avanzaba fueron sucediéndose profundos cañones submarinos, insondables abismos desconocidos, espesas junglas de algas ondulantes como olas.
Finalmente empezó a revelarse la dimensión de lo fantástico y tras las vastas extensiones de ruinas de naufragios emergieron las ciudades sumergidas, las legendarias tierras de mundos olvidados.
Recorriendo los esqueletos de edificios imposibles el explorador buceaba y buceaba, entre los esqueletos de edificios, sobre las plazas repletas de corales.
Al fin llegó a un lugar donde, entre altísimas columnatas y a una profundidad que sólo se podía imaginar, un pórtico tallado en los más insospechados materiales preciosos del submundo tenía en su centro el cristal de una burbuja. Una claraboya con la imagen que había pedido.
Y allí la vio a ella, con él. El calor del hogar que nunca tuvo y la compañía de sus hijos que no nacieron, el esplendor de la vida que no vivió.
Vio el hueco que siempre tenía en la cama junto a ella, las incontables noches haciendo el amor y la existencia compartida hasta el último suspiro satisfecho.
Se había preguntado cómo hubiera sido, y cuando miraba hacia el cielo intentando encontrar un vestigio de la luz del sol al otro lado de la enormidad comprendió por qué el Genio, lleno de piedad, había accedido a su deseo sólo a regañadientes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Háblame.