20.4.11

Preludio

Después de desaparecer los hombres se hizo un súbito silencio y la ciudad se envolvió en una calma profunda. Primeramente animales y plantas no reaccionaron; parecía que no asimilaran lo que acababa de ocurrir o que no terminaran de asumirlo.

Al cabo de poco, tímidamente, las primeras criaturas se decidieron a asomar. Ratones y pájaros discurrieron por donde no lo hacían hasta entonces, luego se animaron los gatos y los perros a triscar por los tejados y las calles. La vegetación estaba aún dormida, pero se iba despertando a medida que el sol pasaba sobre ella; como si el astro les avisara de que las cosas habían cambiado y de que había mucho por hacer.

Pronto la ciudad parecía otra. Los calores del verano tostaron el asfalto y los hielos del invierno terminaron de reventarlo. A la siguiente primavera los tréboles alfombraron por millones el campo improvisado y después de su muerte surgieron la hierba y los arbustos, los primeros árboles.

Pasaron años pero para la Tierra sin hombres aquello eran sólo días: las trepadoras volvieron verde hasta el último edificio, el bosque nació en plazas y avenidas. Empezaron a llegar allí los rebaños prudentes de ciervos y de gamos, los corzos triscaban entre los coches muertos como piedras. Los lobos siguieron a los rumiantes y también se unieron a la comunidad los osos pardos, que descendían por fin de la montaña a la que habían sido relegados. Tigres y leones escapados de los zoológicos se hicieron los reyes del lugar.

Finalmente llegaron las bandadas de aves. Los buitres hicieron sus nidos en los ventanales sombríos de los rascacielos, águilas y halcones coronaron las azoteas. Los pelícanos bebían en las fuentes - estancadas - de los parques donde chapoteaban las ranas. Millares de gaviotas, grullas, garzas y vencejos estrellaban el cielo, ahora limpio y transparente, y convertían cada atardecer en una algarabía que resonaba más allá de la llanura.

En los meses de buen tiempo la ciudad estallaba de flores rojas, verdes, violetas y turquesas; cuando hacía más calor la arboleda era un telar de naranjas, ocres y amarillos. En otoño las hojas grises de los árboles envolvían la ciudad como nieve y recorrían las calles susurrando.

Cuando hacía más frío el lugar quedaba preso de un silencio profundo y una serenidad desconocida que no era rota por ningún ruido de los que en otro tiempo fueron corrientes.

Os juro que, si los hombres justos y buenos hubiesen vivido para verlo se habrían complacido, felices de ver cómo eran las cosas y cómo serían de ahora en adelante.

7 comentarios:

  1. Wuuuaauuuu, esta vez me has recordado a ..."El jardin magico de Stanley" y hace años que no la veo xD

    Leerte es como pasear por entrañables cintas de película... ¡Me encanta!

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  2. Pues mira, ésa no la he visto... me la apunto. ¡Me alegro que te guste! ;)

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  3. Hay un poema de Benedetti que dice:

    Vas a parir felicidad
    yo te lo anuncio tierra virgen
    ...
    vas a parir felicidad
    y no habrá almas disponibles
    vas a parir felicidad
    como una bendición horrible
    y nadie habrá de recogerla
    en un futuro que no existe.

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  4. Ah, y me olvidaba (casi un detalle): maravilloso tu relato. Maravilloso y terrible.

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  5. Me alegro que te guste, y gran poema el que compartes.

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  6. ¿Y falta mucho para que esto pase? Sinceramente, me encantaría... Aún a costa de desaparecer yo... XD Besos!!!

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  7. A mí también me gustaría mucho, creo que todos saldríamos ganando. Nosotros porque, al no existir, dejaríamos de sufrir; y el resto de seres vivos porque podrían vivir en paz en la Tierra.

    Besos.

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Háblame.