7.4.11

Un extraño favor

El primer día esperó. El segundo día... esperó. No podía actuar, no se decidía a reaccionar. Más bien no quería. Pero no lograba soportarlo. Por las noches, en la cama, no apartaba sus ojos del teléfono. Y allí estaba inmóvil, silencioso. Sin vibrar, sin mediar temblor.

Pasaba más tiempo y nada. Ni una llamada, ni un mensaje. ¿Me ha olvidado? Pasaba del sol a la luna como un espectro, la esperanza arrasada, la ilusión destruida.

Finalmente tomó una decisión. Marchó al Parque del Oeste, donde a menudo se reúnen los Latin. Allí los halló: sabían que no existían. Y cometiendo un destrozo tras otro le golpeaban su odio al mundo en que no estaban. Gente de todos los países y de ninguno, con la vida deshecha, con el alma podrida.

Se acercó a ellos sin flaquear, sin vacilar. Estaban reunidos en torno a un banco y adorando a unas botellas. Entonces no sentía miedo, con el corazón roto, con la angustia en la boca.

- Me cago en vuestras madres. - fue lo que les dijo.

Todos se levantaron al punto y le empezaron a rodear. Una vez le tenían cercado, agitando los hombros, sacudiendo las manos, respondieron:

- La jodiste bien.

Le empujaban, sacudiéndole del uno al otro. Y él miraba a los árboles y a sus caras pero nada veía, sólo todo blanco y en el medio una figura, que nunca volvía, que nunca volvía.

- Canallas. - insistió.

Y ellos sacaron sus armas: cuchillos dentados, bates de béisbol, mosquetones y cadenas y el que nada tenía rompió una botella para llenarse la mano. Los cristales rotos como la esperanza de recibir una llamada, una sonrisa, sus brazos y sus pechos, su boca en sus labios. Con las venas vacías, con el sueño quebrado.

- Te la cargaste, gilipollas.

Y entonces los primeros golpes: puñetazos y patadas y una estaca en sus hombros. Al suelo, de rodillas.

- ¡De rodillas! - la orden.

Y luego más golpes, más sangre, botas y bates en su cuerpo y las primeras puñaladas: en el costado, en la espalda, en la tripa. Pero él no tenía miedo, aunque sentía dolor.

- ¿Por qué te ríes, subnormal?

Sangre, y todo se volvía rojo. Y en el centro la misma figura - maldita figura -: ¿por qué te fuiste? ¿Por qué no has vuelto? ¿Por qué has desaparecido de mi vida? ¿Por qué me mataste con tu ausencia?

- Por eso no puedo tener miedo - pero esto no lo dijo, lo pensó.

Ellos pararon cuando creían que ya no respiraba. En sus últimos momentos no podía dejar de reír y celebrar, y de no ser porque la sangre le llenaba la boca hubiera querido abrazar y dar las gracias a aquellos criminales. Después de todo nunca hubiera tenido valor para quitarse la vida a sí mismo.

11 comentarios:

  1. Osti,una dolorosa forma de suicidio. No tengo mucha información al respecto, pero quizás unas pastillas...no se,algo menos violento.
    Salud.

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  2. No diré que sea un método práctico, pero ha sido eficaz.

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  3. qué gore.............

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  4. Simplemente IMPRESIONANTE qué relato. Qué realidad más bien reflejada. Te diría tantas cosas, pero me ha dejado lo que he leído sin palabras. Buena prosa, buen relato (aunque tenga mal-buen final, según se mire...) Gracias por pasarte por mi blog, así he descubierto el tuyo. Muaksss

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  5. Qué ganas de sufrir antes de morir.. ¿no se irá uno mejor en calma?

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  6. Yo lo veía como un intento de tapar el dolor del corazón con el dolor físico. Pero se ve que no funcionó.

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  7. Joplin, Pati, el caso es que para hacerlo uno mismo hace falta mucho valor.

    Poemas y Otras Mentiras, me alegro que te guste tanto, gracias por visitarme. Te leeré, un beso.

    Gracias a todos.

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  8. La cuestión es buscar una salida cuando no la hay.
    Esto, excepto en el caso de tu relato, se llama instinto de supervivencia.

    Saludos.

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  9. Lo curioso de los hombres es que podemos saltarnos el instinto, a diferencia de otros animales.

    Gracias por visitarme.

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  10. Telita... ¿No había formas más fáciles? Besos!!!

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Háblame.