10.6.10

Mundo

Se enciende la luz y aparece ante mí un mundo diminuto, siete reinos enfrentados, eternamente, sin descansar. Sus pequeñas ciudades, castillos, fábricas y mercados, la gente yendo y viniendo, artesanos, albañiles y funcionarios, curtidos guerreros, tropas arrastrando catapultas y venablos, cañones, balistas.

Ahora soy Dios, les miro desde arriba, tan pequeños, minúsculos, y yo con un dedo invisible les controlo, con mi pensamiento. Puedo decirles dónde ir, qué hacer, qué ser. Elijo dónde viven, incluso si viven o mueren. Porque yo creo su existencia y la suprimo, hago y deshago las guerras. Con las guerras deshago su mundo. Para mí son sólo números, marionetas, objetos inertes que respiran apenas un instante y luego se desintegran en una explosión. Desde lo alto de mi pedestal negro me pregunto: ¿qué pensaran? ¿Qué sentirán?

Porque ellos son. Y como son, también pueden morir, y sufrir, y soñar, y anhelar un día más en su mundo ridículo y brillante mientras yo dirijo con mis dedos de aire lo que les ha de ocurrir. Soy Dios, y no conozco ni a la mitad de ellos, ni me importa su dolor ni lo que les vaya a pasar. Me imploran sin saber quién soy ni que siquiera existo pero yo no escucho. Y continúo haciendo que los siete reinos se tambaleen mientras construyo un imperio como nunca hubo ni habrá otra vez.

Y durante una hora en la que estamos cara a cara mi mundo perfecto y yo, en el que soy Dios, en el que puedo elegir, durante esa hora logro olvidar, imagino que no estoy, que no soy. Durante esa hora yo tampoco existo para nadie y eso me gusta y realmente me hace sentir poderoso, porque en aquella soledad dormida, indescriptible, nada puede hacerme daño. Ni siquiera mis propios recuerdos logran tocarme porque en el tiempo que dura mi universo nada existe para mí.

Pero luego de repente todo se apaga, llega el apocalipsis, el negro fin de los tiempos para la gente diminuta a la que igual que creé, destruí porque sencillamente dejé de mirarla y pensar en ella. Desaparecen. Ya no son, y todo su mundo se lo ha comido una oscuridad que nadie lograría ni tan siquiera intuir.

Y entonces apareces tú como una luz en la negrura, una luz real y caliente porque no es la luz vacía de la máquina. Y observo tus ojos y en ellos encuentro al verdadero Dios, porque tu sola existencia y tu mirada fija en mí hace que comprenda entusiasmado que yo también soy un insecto, un ser minúsculo y que un Dios por encima me ha enviado la señal misteriosa de dos barcos que se cruzan, por casualidad, en las olas.

2 comentarios:

  1. Éste me ha gustado especialmente... Sobretodo la figura de los dos barcos, y el contraste entre cómo comienza y cómo termina :-D Besos!!

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  2. Me alegro que te gustase :D

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Háblame.