19.5.10

La planta

No podía entender que la planta hubiese crecido ahí, entre la chapa y el cristal. Al borde de la ventana, un filo tan estrecho que ni una pluma se sostendría. Y sin embargo ahí estaba, enhiesta, tenaz, verde y maciza pugnando por surgir, trabajando por seguir. Por ser.

La plantita ahí seguía, creciendo, arraigando, arraigando en algún lugar imaginado porque no existía tierra ni suelo, ni espacio entre el aluminio y la pared. Probablemente moriría, pensaba él. Una tormenta, o los insectos, o los rayos del sol en un instante, terminarían con la insignificante muestra de vida que había logrado surgir con tanto tiempo de esfuerzo. La misma falta de terreno y agua podían destruirla. Pero daba igual.

Él no podía entender nada de esto, y cavilaba, y sabía que la planta moriría. Pero no le importaba porque sentía un mundo hundirse, sentía un universo desaparecer, y sabía que venía un amanecer nuevo y mientras tanto, en la muerte de esa plantita, miles de otros lugares absurdos veían florecer la inesperada victoria de la vida diminuta e impredecible, triunfante.

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