3.5.10

Sin encontrarla

Seguramente tantos hombres habrán escrito alguna vez sobre esta historia... pero es que esta historia fue verdad. La conoció en un sueño. No pudo ver su cara. No podría reconocerla hoy. Pero ella le atrapó para siempre.

Sólo conocía de ella sus dos nombres. Dos palabras frías y precisas que la definían. La definían en su misterio, porque no conocía él nada más. Ni su cara, ni su cuerpo, ni su alma... Sólo sus dos nombres. Y sus palabras. Las palabras... ¡maldita sea, las palabras! Esas palabras tocaban con los dedos la eternidad.

Un día desapareció. Maldita... le llegó al espíritu, se bañó en él, en su sangre. Metió esas jodidas palabras en su cabeza. Y luego se largó. Así, sin más. Se esfumó. Y no fue el único. Dejó a tantos otros colgados en la enormidad, sin saber qué hacer, dónde buscar, dónde encontrar un pedazo de aquellas palabras.

Por lo demás la buscó incansablemente. Navegó mil veces a lo largo y ancho del mar infinito. Atracó en miles de sus innumerables puertos. Preguntó a todo tipo de gente en los confines, pero nadie la había visto. Y él no tenía nada, sólo un puñado de palabras y misterios.

Recorrió las estrellas que lucían en la oscuridad. Pero la oscuridad tampoco la había visto.

Miró entre el polvo de los libros, en la tierra tierna, entre las briznas de hierba ondulante, bajo los montones de kilos de versos dolorosos, en el contorno de la luna, en la sangre de un suicidio, entre las piernas de una puta, en los hielos de una copa, en los sudores de sus sueños y en sus propias pesadillas.

Pero nunca la encontró. Jamás, nunca la encontró. Hubiera dado dos brazos por ello pero no volvió, en su triste existencia, a sentir esas palabras.

1 comentario:

  1. Demasiadas historias me ha recordado ésta, tu historia, en un día melancólico para mí. Deberé recomponerme y seguir.

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