9.5.10

Si estuvieras aquí

Ojalá estuvieras aquí. Si estuvieras aquí, podríamos hablar. Empezarías diciéndome, por ejemplo, cómo andaste tu camino a la eternidad. Cómo lo encontraste, de dónde sacaste el sendero inexistente que te llevo al insólito lugar en que descansas, al lecho desde el que nos miras.

Podrías decirme en qué minuto me perdí, cuándo equivoqué el sendero. Podrías decirme en qué segundo enfermé, cuándo me entró la infección incurable, cómo se consumó la peste irrecuperable. ¿Qué ola me volcó, qué átomo minúsculo fue el corrupto y canceroso que falló, que me inundó, que dibujó la imagen escondida y miserable, putrefacta, del detritus? ¿En qué piedra tropecé, en qué olvidado cajón dejé mi mente, mi alma, por qué caderas infinitas me traicioné?

Ojalá estuvieras aquí para decirme dónde estás, desde dónde nos miras. Viejo, viejo diablo. Ojalá estuvieras aquí y me dijeras dónde estoy, en qué desangelado desierto. Dónde se ubica la llanura interminable que me rodea, dónde huden sus raíces las acacias ancestrales, pintadas, sombras en el papel. Podrías decirme cómo he llegado hasta aquí. Cuántos escalones he descendido hasta alcanzar el lugar donde no veo la luz.

Si pudiésemos hablar, viejo coyote. Me podrías decir qué intrincados trapicheos te jugaste para dárnosla a todos. Cómo te apañaste para engañarnos y salirte con la tuya, y salvarnos a un tiempo viejo, viejo brivón. Podrías decirme qué tengo que hacer, si hay un camino para mí. Si alguna otra escalera me puede llevar al sitio del que vine, al punto en que se trabaron mis pies.
¿Habrá un conejo blanco que me guíe con prisas en medio de la oscuridad, a través de mi propio mundo subterráneo? ¿Habrá una tumba que se abra, resucitaré como un cuervo siniestro, luminoso e inmortal? ¿Podrás contarme todo eso?

Podrías decirme quién eres. Podrías decirme quién eres, pedazo de esplendor clásico, turba medieval, exiliado de los sesenta. Podrías contarme cómo te ríes de nosotros mientras nos esperas, mientras esperas que dejemos de darnos cabezazos, de pegarnos con todo, mientras te aburres esperando que abramos los ojos y dejemos de hacer el idiota, que nos dediquemos a buscar a alguien a quien tomar del brazo para ir debajo de los arbustos y hacerlos vibrar, y temblar la tierra.

¿Estaré yo allí? ¿Habrá un hueco para mí en ese lugar? Donde pueda descansar, por fin, y deberá ser hermoso, y notaré la tierra blanda y la humedad me rodeará, y las moreras extenderán sus ramas como el cielo como una sábana irrompible, y el sol pasará entre las hojas y lo tendré en la cara y después la noche. Y la tierra estará blanda, sí, como la carne a mi lado, blanca, blanquísima, y estaré para siempre ahí y tú sonreirás y me dirás: "ya era hora". Ojalá estuvieses ahí y me pudieses decir si todo eso podría ser cierto.

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