Este relato forma parte de la iniciativa Convivencia, propuesta por Angel Cabrera y José Senovilla.
Espero que comprendáis el mensaje que he querido transmitir.
Gracias a ambos.
Espero que comprendáis el mensaje que he querido transmitir.
Gracias a ambos.
Ese día estaba especialmente cansado. En realidad estaba especialmente triste. Verdaderamente no lo sabía: sólo era un día como aquellos. El pecho se lo oprimía una sensación de asfixia, que no sabía muy bien definir.
Ansiedad, ganas de fumar. Soledad absoluta, enterrada en el fondo en algún lugar.
Se había desayunado con una de aquellas asquerosas noticias: una anciana ha muerto en una residencia, víctima de malos tratos. En la pantalla azul del ordenador. La vibración del ventilador, su compañía.
Luego agarraba la punta del hilo asqueroso, y empezaba a tirar. Una noticia le llevaba a la otra, en su memoria. ¿Por qué siempre le habían funcionado los recuerdos de una forma tan cruel? Un mendigo sufrió un infarto y falleció abandonado, en medio de Madrid. Accidente de tráfico: unos chavales lanzaban piedras a los coches para divertirse. Otra bomba en Afganistán, el pueblo exige más seguridad.
Nubes, lilas, en el horizonte. La llanura inmensa, negra. Parece el mar. En algún rincón arde un contenedor: es la hoguera de la mañana, cuando aún es de noche. Los obreros silenciosos se arrebujan buscando calor. El frío es cortante. Hiere los cristales estremecidos del autobús. Las ventanas duelen.
Otro día insustancial. Una vida larga e insustancial, para decir verdad. Y sigue pensando, pensando... no hice, no logré, no intenté. Pasó, ocurrió, sucedió. La noche me va a tragar. La pesadilla me va a matar.
Otro día de trabajo. No quiero hablar con nadie. Nunca me alegro, nunca me enfado, porque ya conozco estas cosas. No necesito más.
¿De qué sirve? El amor, una ilusión. Espejismos en la soledad. ¿Para qué? Anímate, ¡no puedes obligarme a estar contento! Todo eso son tonterías. ¿No hay derecho a ser realista en esta maldita sociedad?
De vuelta a casa, al atardecer. Todavía hay luz en el cielo, color plomo. Pero ya no está el sol. Los edificios son grises. Las personas son grises. Cuando ve su propia cara en el reflejo de un escaparate piensa: "mañana mismo dejo de trabajar". Pero por desgracia Dios me hizo así.
Sortea los coches, invasión de las aceras. Serpentea como un gusano escurriéndose en el espacio raquítico que ha quedado para los peatones, exiliados. Y casi está sordo por el rugido de los camiones. Malditos elefantes de metal.
Ahora, la marquesina. Encima, nubes, en el cielo. Parece un techo de uralita, una de esas naves industriales blancas en las que trabajé. No se distinguen unas de otras. Simplemente no puede verse el azul, lo poco que de azul queda.
Intenta pensar, recordando. Otro robo en una casa, las hijas del propietario violadas... Extorsión en... Enfrentamientos por... No logra cavilar, el ruido circundante se lo impide.
Unos chavales a su alrededor, como un enjambre. Las muchachas de tangas proclamados, los chavales exhibiendo calzoncillos. Y todos ellos arruinando la tranquilidad de la concurrencia con el bramido de sus móviles: "muévete, muévete"... una voz siniestra rodeada de tambores y el zumbido de un sintetizador.
Me gustaría insultarles, insultarles por dentro, pero pensarán que soy viejo. Y realmente muy viejo por dentro. Y quizá, si me miro en el espejo, también por fuera. Pero no puedo asumirlo. Esta sensación en el pecho me va a ahogar...
La pesadilla sube por la garganta. Empieza a pensar. La puerta se abre, un suspiro de máquina. Con cada escalón, un recuerdo. Y siempre la culpa, la culpa. Soy tan infeliz...
¿Por qué, por qué, por qué? Quise hacer, y no hice. Quise ir, y no fui. Buenos días... el conductor nunca contesta. Empiezo a buscar... otro sitio ocupado, y otro, y otro...
Pude haber sido, pero fracasé... no lo quise intentar. Y lo peor, la soledad, voluntaria, mantenida, protegida. Ya sé lo que son las personas. No me fue bien. No funcionó, no funcionó... no lo probaré otra vez. Me intento sentar... y no. Llego al final, media vuelta, vuelvo a mirar. Nunca te tuve. Nunca me atreví a tenerte. ¿Por qué no lo abandoné todo para estar contigo? ¿Por qué, por qué?
Ahora es tarde.
Esta noche, sí. Por fin. Hoy sí me atreveré. Por fin iré al otro lado... por fin...
De repente una mano a su lado, un chaval. Otro de esos, de los que estaban con las descocadas de tanga en astillero. ¿Quieres vacilarme, patán? Cara cosida de pendientes, exhibición andante de paños menores. Me das asco.
- Siéntese usted.
Viejo, te equivocaste. Y mientras mira el horizonte, la gran llanura, le gusta imaginar que es el mar. El muchacho se levanta, se coloca como puede en el pasillo y le deja sentar.
Te equivocaste... te equivocaste.
Y cuando se recuesta en el asiento que le han cedido, se pone a mirar las nubes que empiezan a descargar la lluvia. El calor disuelve la humedad. Nubes...
Nubes, son las que recogen el aliento y lo llevan lejos, lejos en el cielo.
Nubes, que envían gotas. Y una de ellas se desliza junto a ti, en el cristal. No sabe en qué piensa cuando casi se pone a llorar, sin poderse contener.
Mira la gota que serpentea hasta desaparecer como si fuese Dios intentando bromear. Y quizá, no lo sé, pero esto me hace sonreír.
Un aplauso a todo este homenaje a la pluma y el verbo.
ResponderEliminarMe encanta cuando leo artículos como este.
Un abrazo muy agradecido.
¡Gracias a ti por invitarme a esta iniciativa!
ResponderEliminarMe alegro que te guste el relato :)
¡Un saludo!
Voy leyendo, o eso intento, todas las entradas que se unieron a la iniciativa de hablar sobre convivencia, algunos son muy buenos.
ResponderEliminarPero este es especial, así que aquí me quedo, te seguiré leyendo, si a bien te parece.
Un beso.
Me alegro que te parezca especial, y que sigas leyéndome :)
ResponderEliminarBesos.
Muy interesante. En verdad diferente a lo que he leído de la iniciativa.
ResponderEliminarSaludos
¿Sí? Espero que sea para bien... jeje.
ResponderEliminarUn saludo.
Javi, me vas a perdonar que no comente ahora porque la insistente caída de párpados que está experimentando una servidora... me dice que es hora de cerrar el chiringuito.
ResponderEliminarMañana me paso por aquí de nuevo para releer tu relato (genial!) y escribir algo que esté a la altura. De momento, mi aplauso signado es para tí (no, el del vídeo no soy yo; pero hagamos la vista gorda que para el caso vale igual jaja).
Au revoir...
Soy tontaca (o me lo hago).
ResponderEliminarEl video-link prometido:
http://bit.ly/aplausoLSE
=)
Me alegro de que te guste mi relato :) espero tener tu visita a menudo.
ResponderEliminar¡Muchas gracias por el vídeo!
Un saludo.