Algo se está pudriendo en mi cocina. Al principio sólo vi un mosquito. Uno solo. Al día siguiente, cuando volví de trabajar, había cientos. Flotando, como una niebla, en el aire de la cocina. Intentaban hacerse con la comida, volando torpemente. Típicos mosquitos de la fruta. Aun así, logré hacerme un bocadillo sin que me molestasen demasiado.
Por la noche ya era una verdadera nube, una tormenta dentro del pequeño cuarto. La luz parpadeante les iluminaba, negros. Intenté encontrar el foco de la infección. Pero nada parecía estar pasado en el frutero. Tampoco las galletas ni los cereales. Luego abrí el cajón donde guardo los condimentos... ¡qué desagradable sorpresa! El tarro del azúcar estaba repleto de escarabajos; el de la sal, cuajado de cucarachas. A punto de reventar estaban los botes del arroz y las lentejas, llenos de lombrices siseantes.
Al abrir el fregadero, a cuyos pies guardo las lejías y los insecticidas, me sorprendió un batallón de miriápodos escurriéndose entre mis pies. Parecía una gran alfombra.
Así pasaron los días. Pronto perdí las especias, tomadas por una flota de polillas. Albahaca, muérdago y orégano habían desaparecido, devorados por las cochinillas, las arañas y los caracoles. Los techos estaban llenos de otros artrópodos de todos los colores y formas, aunque la masa era negra sin duda. Se escuchaba constantemente el cri-cri-cri: saltamontes, chicharras y grillos. Y el susurro incesante de los millones de insectos que cuchicheaban, que charloteaban, como si cotilleasen, como si hablasen de mí.
Poco a poco, la plaga fue haciéndose con la casa. Cerré la cocina, fumigué el patio - cuyas plantas se habían secado -. Corté el paso a los baños, el salón, el despacho. Ya toda la casa era insecto. Cada pared era patas y alas, concha, abdomen y tórax. Una alfombra palpitante que se movía y respiraba, que iba de aquí para allá, tomando muebles, sillones.
Las cucarachas habían hecho un nido en el ordenador, donde la madre vertía huevos sin parar. Las hormigas excavaban su colonia en el sofá. Las termitas se daban un festín con mis libros.
Algo se está pudriendo en la cocina, y después de lidiar con la invasión todavía no he descubierto qué. Tengo que darme prisa, porque me parece que no tengo mucho tiempo. Noto el pulso de la masa en el pasillo, su latido frente a mi puerta. Hay un murmullo sibilante, creo que los ciempiés y las escolopendras ya están empezando a colarse. Las mariposillas y los mosquitos zumban en el aire.
Tengo que darme prisa, saber qué se está pudriendo en la cocina. La puerta empieza a latir, a traquetear. ¿Qué será?
Esta noche, cuando me duerma, habrán llegado a mi cama.
Por la noche ya era una verdadera nube, una tormenta dentro del pequeño cuarto. La luz parpadeante les iluminaba, negros. Intenté encontrar el foco de la infección. Pero nada parecía estar pasado en el frutero. Tampoco las galletas ni los cereales. Luego abrí el cajón donde guardo los condimentos... ¡qué desagradable sorpresa! El tarro del azúcar estaba repleto de escarabajos; el de la sal, cuajado de cucarachas. A punto de reventar estaban los botes del arroz y las lentejas, llenos de lombrices siseantes.
Al abrir el fregadero, a cuyos pies guardo las lejías y los insecticidas, me sorprendió un batallón de miriápodos escurriéndose entre mis pies. Parecía una gran alfombra.
Así pasaron los días. Pronto perdí las especias, tomadas por una flota de polillas. Albahaca, muérdago y orégano habían desaparecido, devorados por las cochinillas, las arañas y los caracoles. Los techos estaban llenos de otros artrópodos de todos los colores y formas, aunque la masa era negra sin duda. Se escuchaba constantemente el cri-cri-cri: saltamontes, chicharras y grillos. Y el susurro incesante de los millones de insectos que cuchicheaban, que charloteaban, como si cotilleasen, como si hablasen de mí.
Poco a poco, la plaga fue haciéndose con la casa. Cerré la cocina, fumigué el patio - cuyas plantas se habían secado -. Corté el paso a los baños, el salón, el despacho. Ya toda la casa era insecto. Cada pared era patas y alas, concha, abdomen y tórax. Una alfombra palpitante que se movía y respiraba, que iba de aquí para allá, tomando muebles, sillones.
Las cucarachas habían hecho un nido en el ordenador, donde la madre vertía huevos sin parar. Las hormigas excavaban su colonia en el sofá. Las termitas se daban un festín con mis libros.
Algo se está pudriendo en la cocina, y después de lidiar con la invasión todavía no he descubierto qué. Tengo que darme prisa, porque me parece que no tengo mucho tiempo. Noto el pulso de la masa en el pasillo, su latido frente a mi puerta. Hay un murmullo sibilante, creo que los ciempiés y las escolopendras ya están empezando a colarse. Las mariposillas y los mosquitos zumban en el aire.
Tengo que darme prisa, saber qué se está pudriendo en la cocina. La puerta empieza a latir, a traquetear. ¿Qué será?
Esta noche, cuando me duerma, habrán llegado a mi cama.
Un relato angustioso, con el pánico que le tengo a las cucarachas, ya me hubiera largado de esa casa, je,je,je.
ResponderEliminarUn beso
Jejeje sí, la verdad es que no es una casa muy acogedora...
ResponderEliminar¡besos!
Sólo imaginarme una bandada de moscas en mi casa me da grimita... Sólo una cosita... ¿Las arañas comiendo especias? Más bien se estarían dando un pequeño festín con tanto insecto cerca... Besos!!!
ResponderEliminar¿Qué te has pensado? Son arañas vegetarianas... xD
ResponderEliminarbesos!