22.11.10

Sin número

Iba caminando por las calles, de noche, de callejón en callejón. Se sujetaba el pecho, porque le dolía intensamente. También la tripa. No sabía si era por su destrozada salud o por su maltrecho corazón. La carne o la emoción: pero mataba.

De repente apareció aquello. En una esquina sombría, atravesando la luz de una farola, el puñal. Dos, tres estocadas. Directo al pecho. Justo en el corazón.

Se quedó allí, sangrando. El aliento se le derramaba por la herida abierta. Y le dolía mucho todo, dentro y fuera.

Al fin empezaron a apagarse las luces, entre parpadeos. Todo se volvió negro. Y le sorprendió comprobar que, en la oscuridad, el dolor seguía estando. Y no sólo eso: más intenso, más abierto.

Realmente siempre había creído que cuando todo terminase, también se iría el dolor.

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