Qué le llevo a hacer lo que hizo, y todo lo que giró en torno a ello, es algo que nadie sabrá nunca. Yo le conocía, y sin embargo tampoco lo sabré.
Me fascinan muchos aspectos de todo ese proceso. Lo que sentía, lo que hubo en su cabeza los cuatro o cinco meses, o incluso los años anteriores al último momento. Cuando una persona que conoces, tan cercana, hace algo así no sabes qué pensar.
Algo debió haber, y algo gordo realmente, porque si no no se alcanza un extremo así. Seguramente le pasaba alguna cosa, en la cabeza, en la vida o en el cuerpo, algo que nadie de nosotros podría entender. Habría que sufrir lo que él sufrió, fuese lo que fuese, para comprenderlo.
Lo que más me impresiona es cómo eligió el método. Cómo reflexionó, se planteó el modo. Cómo decidió la que finalmente sería su despedida. ¿Se basaría en el dolor, en cómo se vería desde fuera? Nadie lo sabrá nunca. ¿Cómo estaría su cuerpo cuando fue a la farmacia y compró las veinte cajas de somníferos? ¿Qué cara pondría el farmacéutico ante semejante cifra?
Nadie sabrá por qué eligió ese lugar y no otro. Cómo escogió ese hotel en aquella avenida de Madrid, por qué insistió en que tuviese vistas a la calle. A lo mejor simplemente quería sentirse acompañado, pero sin duda pensar en eso ahora no tiene sentido.
Desde luego lo tenía todo bien preparado. Incluso, me dijo la policía, había tirado el teléfono móvil al váter antes de empezar. Supongo que no quería arrepentirse, sin embargo, ¿llegaría a intentar salvarse, a querer dar marcha atrás en el último momento? No lo sabemos, pero está claro que no lo consiguió.
¿Por qué fue vodka y no ninguna otra bebida la que había encima de la mesa? ¿Por qué decidió beber en sus últimos momentos? ¿Para quitarse el miedo, para no enterarse? Este tipo de cosas son comunes a estos actos lamentables, pero nunca nos planteamos cómo funciona una mente al dibujar este proceso. Hay que pensarlo fríamente. Estudiar el camino que va recorriendo el cerebro mientras decide lugar, medio, fecha, hora... ¿verano o invierno? ¿Día o noche? Todo ello elementos indispensables que se analizan como cualquier otra empresa. La mente humana al servicio de la muerte. El alma a la autodestrucción.
El hundimiento debe ser total para tocar un fondo que esté por debajo de la vida misma. Supongo que un hombre que da este paso debe estar muerto ya mucho antes del instante final. Sólo necesita que el cuerpo acompañe al espíritu. Cómo se llega a esa encrucijada, es algo que nadie sabrá nunca.
Me fascinan muchos aspectos de todo ese proceso. Lo que sentía, lo que hubo en su cabeza los cuatro o cinco meses, o incluso los años anteriores al último momento. Cuando una persona que conoces, tan cercana, hace algo así no sabes qué pensar.
Algo debió haber, y algo gordo realmente, porque si no no se alcanza un extremo así. Seguramente le pasaba alguna cosa, en la cabeza, en la vida o en el cuerpo, algo que nadie de nosotros podría entender. Habría que sufrir lo que él sufrió, fuese lo que fuese, para comprenderlo.
Lo que más me impresiona es cómo eligió el método. Cómo reflexionó, se planteó el modo. Cómo decidió la que finalmente sería su despedida. ¿Se basaría en el dolor, en cómo se vería desde fuera? Nadie lo sabrá nunca. ¿Cómo estaría su cuerpo cuando fue a la farmacia y compró las veinte cajas de somníferos? ¿Qué cara pondría el farmacéutico ante semejante cifra?
Nadie sabrá por qué eligió ese lugar y no otro. Cómo escogió ese hotel en aquella avenida de Madrid, por qué insistió en que tuviese vistas a la calle. A lo mejor simplemente quería sentirse acompañado, pero sin duda pensar en eso ahora no tiene sentido.
Desde luego lo tenía todo bien preparado. Incluso, me dijo la policía, había tirado el teléfono móvil al váter antes de empezar. Supongo que no quería arrepentirse, sin embargo, ¿llegaría a intentar salvarse, a querer dar marcha atrás en el último momento? No lo sabemos, pero está claro que no lo consiguió.
¿Por qué fue vodka y no ninguna otra bebida la que había encima de la mesa? ¿Por qué decidió beber en sus últimos momentos? ¿Para quitarse el miedo, para no enterarse? Este tipo de cosas son comunes a estos actos lamentables, pero nunca nos planteamos cómo funciona una mente al dibujar este proceso. Hay que pensarlo fríamente. Estudiar el camino que va recorriendo el cerebro mientras decide lugar, medio, fecha, hora... ¿verano o invierno? ¿Día o noche? Todo ello elementos indispensables que se analizan como cualquier otra empresa. La mente humana al servicio de la muerte. El alma a la autodestrucción.
El hundimiento debe ser total para tocar un fondo que esté por debajo de la vida misma. Supongo que un hombre que da este paso debe estar muerto ya mucho antes del instante final. Sólo necesita que el cuerpo acompañe al espíritu. Cómo se llega a esa encrucijada, es algo que nadie sabrá nunca.
Dicen que los que lo hacen son cobardes, yo digo que para planearlo y hacerlo se necesita mucha valentía. También pienso que ya están muertos en vida, su alma está ya tan pérdida que ni siquiera se fijan en los que siguen vivos, simplemente no soportan más la existencia.
ResponderEliminarPrecisamente esa frase: "suicidarse es de cobardes", eso me inspiró para escribir este cuento. ¿A qué le tiene más miedo los hombres que a la misma muerte? ¿Y es de cobardes lanzarse a los mismos brazos de la muerte? No lo creo.
ResponderEliminarEs de valientes o de quien ya no vive.
Yo soy una de las que opinan que el suicidio es de cobardes, es buscar la "salida rápida" (y sin marcha atrás) a aquello que nos preocupe/oprima, etc. Para mí es más valiente quien se queda y afronta los problemas que tenga y lo que tenga que pasar al día siguiente, y al otro, y al siguiente...
ResponderEliminarSupongo que es como todo, cuestión de puntos de vista. Besos!!
¿De cobardes? Sí, eso se dice mucho en este tema... no puedo estar de acuerdo en absoluto, sorry!
ResponderEliminarEl ser humano tiene instinto de conservación, como todos los mamíferos. Es un imperativo biológico, estamos diseñados para aborrecer la muerte por encima de todo para perpetuar la especie. Imagina vivir sin beber agua voluntariamente, ¿no hay que tener voluntad para hacer algo así? Pues la vida y la muerte es lo mismo...
Superar el instinto de conservación, que lo llevamos grabado a fuego en el ADN, y matarse uno mismo... hace falta mucho, mucho valor para eso... Yo pienso en la muerte, en mi propia muerte, y me entra como un pánico, un vértigo... No quiero ni pensarlo, y no me imagino el valor que hay que tener para superar ese pánico y lanzarse directo a eso...
Sobre lo de afrontar los problemas, bueno... Eso es fácil decirlo a nosotros, la mayoría tenemos problemas "superables"... En los campos de concentración nazis, por ejemplo, el judío que no se suicidaba es porque no lo conseguía...
Cuando la vida se vuelve un infierno, lo de enfrentarse a los problemas pertenece las películas americanas, que es de donde salió... xD
¡besotes!